Macanudo de Liniers

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"¿Y si no fuésemos otra cosa que los brazos de una voz?" Decir. Maliyel Beverido

lunes, 13 de junio de 2016

Sobre la ingratitud



El oficio de la ingratitud

Eusebio Ruvalcaba

1) Ser ingrato no lleva tiempo. Incluso a los niños se les educa en el oficio de la ingratitud apenas tienen conciencia de los móviles que mueven a los seres humanos. Que son la abyección y la inmundicia.

2) Es menos complicado ser ingrato, que congruente con los protocolos del hombre que se inclina por la gratitud. Es decir, del hombre sin dobleces.

3) Los ritos de la gratitud son muy simples. Se reducen a tres incisos: a) ser humilde; b) tener buena memoria, y c) inclinar la cabeza —y no por sometimiento, sino por reconocer en esa persona alguien superior. Que en algún momento dado de la vida, tendió la mano. Ése es el único signo de supremacía que habría de reconocerse. La ingratitud no reconoce protocolos. Simplemente seguir por donde se venía.

4) Cuando aquella persona piensa que se lo merece todo, nunca reconocerá que deberá nada a nadie. Me lo merezco, pensará en sus entrañas. Y no tiene por qué practicar la gratitud. Al contrario, en su estima pensará que la gratitud es cosa de débiles.

5) La gratitud es tan clemente, que se agradece aun cuando el beneficiario sea otra persona. Cuando se es testigo de una acción que corresponda a un acto relacionado con la gratitud, la benignidad se desparrama. Como si se tratara de la sombra protectora que beneficia a terceras personas por el solo hecho de que estén próximas.

6) Hay personas que se resisten a practicar la gratitud. Que optan por la ingratitud porque les da clase, importancia. Piensan que en la medida que son ingratos la gente se vuelve a mirarlos. Un halo ilumina su presencia. No se dejaron vencer por un sentimiento noble. Porque es mejor esgrimir a contracorriente.

7) Sin decir una palabra, el perro practica la gratitud. No se requiere hablar para lamer la mano del amo que le da de comer. Tiene menos conflictos en la cabeza que el hombre inteligente.

8) “Da las gracias”, les decían los progenitores —sobre todo las madres— a los hijos. Era el principio de la gratitud. Y de la educación. Así pues, educación y gratitud van de la mano. En aquel caso, no se sabe dónde principia una y termina la otra. Como sea, la educación es el aceite que permite el funcionamiento de los engranes de la maquinaria social. Mientras que la gratitud le da resplandor a esa maquinaria.

9) Dar las gracias es hermoso. No le quita nada a un ser humano. Dar las gracias y celebrar.

10) La humanidad siempre se mantendrá en deuda de Mozart. Demostrar su gratitud cada mañana apenas se abran los ojos. Ya bastante sufrió la ingratitud de sus contemporáneos. ¿O acaso no habría que agradecerle sus quintetos para cuarteto y viola, su Sinfonía Concertante para violín y viola? ¿Su sinfonía Júpiter? En fin, la magnanimidad de un genio estriba en no esperar nada de nadie. Si lo mismo hiciésemos los simples mortales, las cosas marcharían mucho mejor.

11) No esperar nada de nadie, he ahí la clave para la quietud interior. Porque siempre decepcionará la palabra que provenga del hombre que practique el oficio de la gratitud. Siempre se esperará más de él. ¿Cree que con un simple gracias ya quedamos a mano? Este hombre ignora que la palabra gracias es una bendición. Un acto de buena fe.


12) El hombre que ejercita la gratitud tiene un sueño conciliador. La gratitud revela la hondura de un alma dispuesta a la contemplación. El mundo se puede caer a pedazos en torno a ese hombre, y no se sobresaltará.


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