El
oficio de la ingratitud
Eusebio
Ruvalcaba
1)
Ser ingrato no lleva tiempo. Incluso a los niños se les educa en el oficio de
la ingratitud apenas tienen conciencia de los móviles que mueven a los seres
humanos. Que son la abyección y la inmundicia.
2)
Es menos complicado ser ingrato, que congruente con los protocolos del hombre
que se inclina por la gratitud. Es decir, del hombre sin dobleces.
3)
Los ritos de la gratitud son muy simples. Se reducen a tres incisos: a) ser
humilde; b) tener buena memoria, y c) inclinar la cabeza —y no por
sometimiento, sino por reconocer en esa persona alguien superior. Que en algún
momento dado de la vida, tendió la mano. Ése es el único signo de supremacía
que habría de reconocerse. La ingratitud no reconoce protocolos. Simplemente seguir
por donde se venía.
4)
Cuando aquella persona piensa que se lo merece todo, nunca reconocerá que
deberá nada a nadie. Me lo merezco, pensará en sus entrañas. Y no tiene por qué
practicar la gratitud. Al contrario, en su estima pensará que la gratitud es
cosa de débiles.
5)
La gratitud es tan clemente, que se agradece aun cuando el beneficiario sea
otra persona. Cuando se es testigo de una acción que corresponda a un acto
relacionado con la gratitud, la benignidad se desparrama. Como si se tratara de
la sombra protectora que beneficia a terceras personas por el solo hecho de que
estén próximas.
6)
Hay personas que se resisten a practicar la gratitud. Que optan por la
ingratitud porque les da clase, importancia. Piensan que en la medida que son
ingratos la gente se vuelve a mirarlos. Un halo ilumina su presencia. No se
dejaron vencer por un sentimiento noble. Porque es mejor esgrimir a
contracorriente.
7)
Sin decir una palabra, el perro practica la gratitud. No se requiere hablar
para lamer la mano del amo que le da de comer. Tiene menos conflictos en la
cabeza que el hombre inteligente.
8)
“Da las gracias”, les decían los progenitores —sobre todo las madres— a los
hijos. Era el principio de la gratitud. Y de la educación. Así pues, educación
y gratitud van de la mano. En aquel caso, no se sabe dónde principia una y
termina la otra. Como sea, la educación es el aceite que permite el
funcionamiento de los engranes de la maquinaria social. Mientras que la
gratitud le da resplandor a esa maquinaria.
9)
Dar las gracias es hermoso. No le quita nada a un ser humano. Dar las gracias y
celebrar.
10)
La humanidad siempre se mantendrá en deuda de Mozart. Demostrar su gratitud
cada mañana apenas se abran los ojos. Ya bastante sufrió la ingratitud de sus
contemporáneos. ¿O acaso no habría que agradecerle sus quintetos para cuarteto
y viola, su Sinfonía Concertante para violín y viola? ¿Su sinfonía Júpiter? En
fin, la magnanimidad de un genio estriba en no esperar nada de nadie. Si lo
mismo hiciésemos los simples mortales, las cosas marcharían mucho mejor.
11)
No esperar nada de nadie, he ahí la clave para la quietud interior. Porque
siempre decepcionará la palabra que provenga del hombre que practique el oficio
de la gratitud. Siempre se esperará más de él. ¿Cree que con un simple gracias
ya quedamos a mano? Este hombre ignora que la palabra gracias es una bendición.
Un acto de buena fe.
12)
El hombre que ejercita la gratitud tiene un sueño conciliador. La gratitud
revela la hondura de un alma dispuesta a la contemplación. El mundo se puede
caer a pedazos en torno a ese hombre, y no se sobresaltará.
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