Macanudo de Liniers

Macanudo de Liniers
"¿Y si no fuésemos otra cosa que los brazos de una voz?" Decir. Maliyel Beverido

domingo, 2 de octubre de 2016

Conmemoración de la masacre de Tlatelolco




Memorial de Tlatelolco

Rosario Castellanos

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
Para que nadie viera la mano que empuñaba
El arma, sino sólo su efecto de relámpago.

¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.


***
Tlatelolco 68

Jaime Sabines

1
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)

Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor;
aquí han matado al pueblo:
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y la Justicia Social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los
desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.

2
El crimen está allí,
cubierto de hojas de periódicos;
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.

El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.

Alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen estaba allí.

3
Habría que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.

Las bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.

4
Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.

Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.

Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.

Tenemos secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en escencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.

Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.

5
En las planchas de la Delegación están los cadáveres.
Semidesnudos, fríos, agujerados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
Espera no encontrar el suyo:
“Vaya usted a buscar a otra parte.”

6
La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El Gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Que Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el “Metro”
porque el progreso no puede detenerse.

Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construye la patria de nuestros sueños.



***
En memoria

Cristina Gómez

Hoy amaneció el cielo
2 de octubre
como nuestro recuerdo
el odio y el amor
corren por el asfalto
como en aquella plaza
Hoy amaneció siendo
las 5:30 de la tarde
como nuestro recuerdo
el amor ha crecido por años
en cada rebeldía
en cada obrero en lucha
Hoy amaneció así
año sesenta y ocho
como nuestro recuerdo
el odio se convierte
en guerrilla
huelga en la fábrica
Hoy amaneció siendo
2 de octubre 5:30 p. m. año 68
como nuestro amor y nuestro odio
Tomaremos la calle
Como de julio a octubre
Con la esperanza a cuestas
No puede tanta sangre
lavarse con el tiempo
ni perder su sentido
No podrá el asesino
seguir en el silencio
alimentando el miedo.


***
Dos de octubre

Ethel Krauze

Los he visto
en las noches,
en las fiestas,
fantasmas en el vino
y la risa
de los amigos:
Buscando el amanecer,
y el amanecer no era.
Se quedaron muriendo:
Buscaban su hermoso cuerpo
y encontraron sangre abierta.
Se quedaron muriendo.
No volvieron.
Se quedaron helados
en la esquina
de las balas:
muchedumbre de abejas en picada,
abejorros de plomo
plumas negras
negras alas cayendo
en la tarde del viernes,
en la plaza,
en el ruedo sin toros,
sin olés,
sin golondrinas.
Se quedaron muriendo
en Tlatelolco.
Festín de banderillas:
sólo ellas vinieron ese día
a picarles el lomo,
la cabeza,
a cortarles la oreja,
a montarlos en hombros.
Banderillas, banderolas:
bayonetas.

Ya vienen cayendo
esas punzantes mariposas:
diamantina de acero,
alfileres dormidos
voladores,
cuchillitos roedores,
ladradoras avispas.
¡Qué deslumbrante espectáculo!
¡Qué tremendo con los últimos humos de la pólvora!
Los veo, ahora,
cuando alguien ha cumplido diecisiete años.
Y ellos siguen
abrazándose al aire
con el grito en las manos,
buscando, todavía,
amanecer el 3.
Llegar siquiera al final
de ese octubre:
Era mes de canciones
y lunas
antes de Tlatelolco.
También los veo morir
en los que no murieron.
En los que se rindieron
a la yerba, o al trago,
a la demencia,
al burócrata,
al dólar,
al bastardo,
a la niebla.
Los veo en los señores
de traje y corbata,
en los traidores:
los que cumplen cuarenta,
los que pagan la cuenta
con tarjeta, con su firma:
los del miedo.
Los del déme la carta,
caballero.
Licenciado ¿al ajillo?
¿a la mostaza?
¿al curry suculento,
o el chateaubriand desea?
¡El poeta con papas,
para dos
y bien asado,
con su salsa bernesa!
Los he visto rondar
en los pasillos,
en las salas de espera,
a la hora de las tortas
y en el tedio.
En los que piden permiso
y compermiso
y cómo no.
En los que cuidan la entrada
y las espaldas;
en las bocas cerradas.
Sí señor, señor,
lo que el señor ordene.
¿Quién mató a mis hermanos?
¿Quién les puso esa trampa,
esa trompa de fuego
en la sien y en el cuello?
¡Lo que diga el señor!
¿Qué no está en el memorándum?
No,
su sangre no viene cantando:
es un chorro de espinas
en el sueño,
un espasmo de soles sofocados.
¡Siete copias, y un recado,
y un testigo,
y el cuerpo del delito!
No se cerraron sus ojos
ante los cuernos de hierro.
Cerraremos el archivo.
Levantaron la cabeza.

No hay pruebas por el momento.
La miel de su inteligencia,
hasta que diga el señor
hasta que amanezca.
Pero el señor aún no ha dicho.
Nadie dice. No.
Nadie dice los traigo atragantados
en la copa
en la ropa
en los zapatos.
Nadie dice.
Pero se metieron por la fuerza
en los renglones,
se acodaron en la mesa,
me preguntaron
cómo estuvo todo.



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