Me
basta así
Alberto
Acerete
Si
yo fuese Dios
y
tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo
probaría
(a
la manera de los panaderos
cuando
prueban el pan, es decir:
con
la boca),
y
si ese sabor fuese
igual
al tuyo, o sea
tu
mismo olor, y tu manera
de
sonreír,
y
de guardar silencio,
y
de estrechar mi mano estrictamente,
y
de besarnos sin hacernos daño
—de
esto sí estoy seguro: pongo
tanta
atención cuando te beso—;
entonces,
si
yo fuese Dios,
podría
repetirte y repetirte,
siempre
la misma y siempre diferente,
sin
cansarme jamás del juego idéntico,
sin
desdeñar tampoco la que fuiste
por
la que ibas a ser dentro de nada;
ya
no sé si me explico, pero quiero
aclarar
que si yo fuese
Dios,
haría
lo
posible por ser Ángel González
para
quererte tal como te quiero,
para
aguardar con calma
a
que te crees tú misma cada día
a
que sorprendas todas las mañanas
la
luz recién nacida con tu propia
luz,
y corras
la
cortina impalpable que separa
el
sueño de la vida,
resucitándome
con tu palabra,
Lázaro
alegre,
yo,
mojado
todavía
de
sombras y pereza,
sorprendido
y absorto
en
la contemplación de todo aquello
que,
en unión de mí mismo,
recuperas
y salvas, mueves, dejas
abandonado
cuando —luego— callas...
(Escucho
tu silencio.
Oigo
constelaciones:
existes.
Creo
en ti.
Eres.
Me
basta)
*
La
gran extinción
Alberto
Acerete
Hay
cosas que a veces nos facilitan la vida.
Por
ejemplo,
decir
«estuve equivocado» cuando se ha estado equivocado.
También
pedir perdón
y
saber cuándo no pedirlo.
O
cosas materiales como la casa, los trenes,
el
chocolate en burbujas, las escobas voladoras y especialmente la televisión.
Siempre
es útil la humildad de aprender algo nuevo cada día.
Hay
muchas cosas para seguir adelante,
del
mismo modo en que, tras cada gran extinción, ha mejorado notablemente la vida
en el planeta.
Hay
muchas cosas, es cierto,
pero
solo una nos hace inmunes a la muerte:
aceptar
que hacemos menguar al resto incluso cuando respiramos.
Que
por buenos que nos pensemos o bueno sea el propósito de nuestra vida
traemos
el dolor con nosotros.
Y,
en un gesto que ni siquiera sabemos altivo, lo regalamos generosamente.
Nos
protegemos a ciegas pero, en definitiva,
es
a nosotros a quienes debemos el perdón más firme.
Que
da igual lo que tengamos, las intenciones y los sentimientos,
porque
solo se sobrevive a la muerte del entorno
siendo
fiel a uno mismo.
Y,
finalmente, la fidelidad se acomete con una única cuestión:
¿Cuántas
veces en la vida te perdonas?
Alberto
Acerete (España, 1987) poeta, editor y traductor. En 2010 publicó El último
verano, en 2014, Cartas a la guerra y, el año pasado, Yo quiero bailar.
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