La última cintura
Después
de años de planos trazados a la perfección,
mi
madre terminó remendando ropa ajena.
Un
día llegó Juan con su leucemia.
Trajo
pantalones para achicar. Estaba perdiendo peso.
Cada
vez que venía, yo me tapaba la boca.
Quería
arrojarme sobre su cuerpo.
Cinco
pantalones reducidos para las cinco versiones
de
su cintura. Juan, eras blanco cal,
la
luz desperdiciada en la dimensión de tus ojos,
tus
labios como si toda tu sangre se congregara allí.
La
última vez que te vi trajiste el sexto pantalón
y
lo destrocé sollozando hasta quedarme dormida.
A
la mañana siguiente encontré a mi madre
con
los ojos cristalizados, detrás de la máquina de coser,
iluminada
por los débiles rayos del sol.
Al
lado de toda esa ropa arrugada, indecente, sin dueño.
*
Un día se inició el olvido
Las
partículas de tu rostro
comenzaron
a desintegrarse.
Ahora
todos los hombres
te
retienen en sus rasgos.
Tus
gorros roídos por las polillas
y
los guantes deformes
por
la ausencia de manos.
Un
día todos los hombres
que
caminaban bajo la lluvia
estuvieron
hechos
a
la medida de tu cuerpo.
Ya
no recuerdo cuán ancha la espalda
o
cuán suave la tela del abrigo,
un
día el olvido comenzó,
estaba
sola en el andén
y
las puertas del vagón
se
cerraban y se abrían
como
si ingresara
una
multitud de fantasmas.
La
luz de la luna oscilaba
como
un farol y las estrellas
parecían
colmillos
de
un animal al acecho.
Cesaron
mi infancia y tu vejez
pero
tu voz no,
campana
indestructible,
trina
en mi sien,
enferma
de misterio.
*
Doma
¿Qué
hacen los hombres de mi pasado,
qué
ciudades destruyen? Cuando un caballo sin jinete
atraviesa
el campo, veo en su mirada que lo han domado.
¿Qué
hacen lejos de mí? ¿Y por qué los busco
*
La piel no se renueva
Enamorada
y sola
voy
a arrancar mi corazón
de
la lluvia
y
lo voy a nutrir
*
La
piel no se renueva, recuerda.
Es
corteza de un árbol tatuado con una navaja
o
el caparazón de un grillo que se raspó contra la amapola.
Soy
un sol blanco que rueda por el desierto,
y
los hombres me miran cubriéndose la cara.
*
Lloramos
para interrumpir
el
desierto de los ojos
así
como indagamos la vida
para
descansar de la muerte.
Los
recuerdos que oculto
terminarán
aullando.
*
¿Madre,
te acuerdas de los niños
que
lanzaban piedras a nuestra casa?
¿Por
qué no les dijiste que sus sueños
caerían
con más violencia?
*
Soy
el bolsillo expuesto de mi cuerpo.
Los
días como una tijera.
Despierto
y digo en voz alta la oración
de
mi abuela analfabeta
y
corto el miedo con mi lengua.
*
Chernóbil
Hay
días blancos y días negros,
antes
de mi nacimiento un día negro explotó,
y
mi abuelo no vio más colores. Los sobrevivientes
pudieron
escribir su nombre en la ceniza y volver
a
la oscuridad del hogar.
*Nacida
en Gómel (Bielorrusia) en 1986, Natalia Litvinova es poeta, editora y traductora.
Ha publicado Esteparia, Balbuceo de la noche, Grieta, Rocío animal, Todo ajeno,
Cuerpos textualizados, Cesto de trenzas y está por presentar su más reciente
poemario Siguiente vitalidad.
Junto con Javier Galarza. Compiló y tradujo
las antologías El ruido de la existencia (2013) de los poetas rusos Vladislav
Jodasevich y Serguéi Esénin; y El espejo equivocado (2013) de Cherubina de
Gabriak. Actualmente imparte talleres presenciales y virtuales acerca de la
historia de la poesía y la producción de textos.
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