El llanto del Hudson
Xóchitl Salinas Martínez
“Las palabras son sólo
piedras puestas atravesando la corriente de un río. Si están ahí es para que
podamos llegar a la otra orilla, la otra orilla es lo que importa.” José
Saramago
Hudson (2018,
Editorial Nazarí), el más reciente poemario de Xánath Caraza, cuenta nuevamente con la traducción de Sandra Kingery con quien la autora ya
suma años de formar un sólido equipo de trabajo que permite a sus libros llegar
a más lectores y esta vez lo hacen como tejedoras de historias a través de los
50 poemas que lo conforman. El bilingüismo, español-inglés, que siempre ha sido
fundamental para ambas, en este libro se vuelve vital pues al hablar de la
condición migrante en Estados Unidos, en la zona que rodea al Río Hudson,
sabemos que muchas de esas historias se respiran en español. Así, dentro del
cuerpo principal, los poemas nos ofrecen un tema en específico: la situación de
los migrantes teniendo al Río Hudson como mudo testigo de sus destinos; pero Xánath nos quiere dar más, por eso,
dentro del continente poético, se suman otras dos lecturas o voces -señaladas
en negritas y en cursivas- que potencian, crecen y trifurcan su contenido. El
libro se multiplica en brazos como el mismo río. Hudson es tres libros en uno o es incluso más, pues se deja abierta
la interacción lúdica de quien lee y se apropia los poemas. El lector tiene un
papel fundamental en este poemario, se vuelve protagonista porque siente muy de
cerca las palabras pero también lo hace suyo, no sólo siguiendo la propuesta
sino buscando y encontrando otras nuevas.
En
Hudson, la voz poética de Caraza se vuelve ancestral. Xanath
Caraza hace un homenaje a las elegías griegas y la actualiza mostrándonos
una realidad avasallante. Es una travesía, guidada por Caronte, mientras vemos
a los espíritus vistos en forma de cantos que se van transformando en gritos de
denuncia y es, también, el coro que no permite que olvidemos su mensaje. El Río
Hudson se convierte en el Río Aqueronte contemporáneo.
El tiempo se fractura
con la corriente
y
Caronte abre
los brazos.[1]
De
tal forma, Xánath Caraza transforma sus tres propuestas de lectura antes
referidas, en vasos comunicantes, en afluentes mismos del Hudson con sus
distintas densidades. Las palabras resaltadas en negritas se transforman en una
oda al agua como parte fundamental de la creación, de ahí que sea una suerte de
hagiografía de la vida. Las señaladas en cursivas, por su parte, hacen la función
de coro dentro de esta la tragedia moderna. La lectura total de los poemas nos
confronta con el problema, con la desgracia y el desamparo; es ahí donde la
preocupación se transforma en una crítica social y política respecto a trato y
lo que enfrentan los migrantes latinoamericanos, no sólo en esa parte del país,
sino en todo Estados Unidos. El poemario Hudson
se transforma en un enorme espejo que nos muestra una realidad avasallante:
2017,
2018: En el Hudson se ahogan los sueños de quienes se dejan la vida en empleos
mal pagados, muchos de ellos, ilegales. El Hudson se lleva la ilusión del
migrante, que sin importar sexo o edad, vive continuamente la discriminación
por el tono de su piel, por su lugar de procedencia, por su idioma materno.
Para muchos de ellos, el Hudson, se transforma en ese recuerdo/pesadilla que
creían haber dejado atrás: su cruce por el Río Bravo, en el sur del país al que
llamaban, cuando aún se encontraban su lugar de origen, “el de los sueños”. Ya desde el nacimiento oficial del río,
muestra uno de sus destinos, Tear of the Clouds – el lago está ubicado
en los montes Adirondacks-. Por desgracia, aunque siempre ha sido una realidad
palpable con periodos de terrible oscuridad, desde el inicio de la campaña del
actual presidente, se ha convertido en una verdad cruenta que agrede a cada
paso, que humilla, que se vuelve mortal. Ha vuelto a liberarse el monstruo de
las mil cabezas. Recordemos que, al Río Hudson, también lo conocemos como el Río
del Norte o el Río Anegado, y forma parte de la frontera entre los estados de
Nueva York y de Nueva Jersey. Frontera, aunque interna, cumple su función:
divide. El Río Anegado, se ha vuelto el símbolo de quienes anegan los derechos
humanos de un enorme sector. Y aunque su tránsito comercial es muy importante,
me atrevería a decir que fundamental para la economía del país; no nos permite
olvidar que, también, traza una divisoria entre lo que es marginal y lo que no
lo es. Aunque su nombre evoca el progreso a través del comercio -debe su nombre
a Henry Hudson un comerciante inglés que
trabajaba para Francia y Holanda y que exploró el río en 1609-, sus fuertes
mareas hacen que partes del puerto de Nueva York sean difíciles y hasta
peligrosas para la navegación. Esas mareas se convierten en un símil con lo que
ocurre a nivel social, pues se humaniza
y se integra en la vida cotidiana. El Río del Norte es, para muchos, un vecino agradable pero, también, a veces,
como en invierno cuando los bloques de hielo flotan por sus aguas se convierte
en una especie de testigo y, a veces, hasta de border patrol agent. El sonido de sus aguas, su voz, parece
interpretar un canto dulce y asimismo, por momentos, un canto tortuoso,
desgarrado que nos cuenta sobre el naufragio de los sueños de tantos y tantos.
Es el dolor de
un pueblo
el que se desliza en
la sangre de la
tierra.
Acantilados bermejos
contienen la angustia
y las rítmicas
palpitaciones.[2]
Xánath Caraza
escribe desde la preocupación y el asombro al entrever que, a pesar del
movimiento frenético y brillo que parece recubrir a la ciudad de Nueva York,
tiene otras rostros, por un lado, el sometimiento de un gran sector de sus
ciudadanos que se que se deja llevar por
la inercia y la apatía, que se somete de forma callada y automática a su
cotidianidad laboral; otra de ellas, que contrasta con los rascacielos, es la
ira enmarcada en el rostro y las acciones de sectores recalcitrantes que han
encontrado un impulso en el pensamiento manifiesto de quien gobierna la nación
como si fuera Hades.
La ciudad avanza
con luces y corazones vacíos.
La oscuridad
cubre el refulgente camino,
no queda nada ni
siquiera el destello del agua.[3]
La
personificación del Río Hudson es el de
ira, su corriente es su sangre, que a veces susurra y otras, grita pero siempre
escucha. La autora, poema a poema, conversa
con él, crea un vínculo de comunicación constante, lo convierte en alguien
cercano pero también reconoce su poder ancestral:
Fluye, celestial
palabra,
agua de río y
vida del
vientre de la
tierra.[4]
El
infierno crece: el pasado mayo, el día 6, se impulsó “Tolerancia cero”, una
política que separa a los niños de las familias de migrantes ilegales creada
para atemorizar a los llamados Dreamers
y tratar así de reducir el flujo migratorio. En sólo 6 semanas, según el
Departamento de Seguridad Nacional (DHS, en inglés), se separaron a cerca de 2,000
menores de su familia. Básicamente, “Tolerancia cero”, consiste en que las familias que llegan a la
frontera sur, de forma ilegal provenientes, en su mayoría, de Guatemala, El
Salvador y Honduras, sean procesadas en cortes federales criminales. Como los
niños no pueden ser retenidos, son reclasificados como “niños sin acompañante”
y van a parar a refugios, que en realidad parecen prisiones, gestionados por el Departamento de Salud y
Servicios Humanos.
Trueno
apasionado,
el agua y el viento
escarifican la
piel de la tierra.
Sangra el
silencio,
el agua corre y
la tierra
pulsa contenidos
deseos.[5]
Fue
hasta mediados del mes de junio, cuando la noticia dejó de susurrarse y se
mostró al mundo que se horrorizó ante las historias de niños arrancados de los
brazos de sus padres y padres que no pudieron saber dónde habían llevado a sus
hijos y las imágenes que mostraban a niños llorando aterrorizados mientras eran
puestos en jaulas con colchonetas en el piso y con la luz permanentemente
encendida. Las imágenes que conmocionaron a la humanidad se vivieron en Texas
en un sitio es que conocido popularmente como “la perrera”. Si bien en las
noticias, se enfocaron en los denominados refugios ubicados en el sur, estos
están distribuidos de costa a costa y de frontera a frontera incluyendo, por
supuesto, las áreas cercanas al Hudson. En total existen 86 centros llamados de
cuidado infantil en todo el país, de los cuales nueve funcionan como centros de
seguridad, tres como centros de terapia para niños con padecimientos psiquiátricos
o psicológicos y los otros 74 como refugios temporales. La controversia aumentó
tras conocerse una serie de videos que mostraban a niños, incluso de tres años,
acudiendo solos a los juzgados a declarar sin siquiera saber lo que es un
abogado y sin hablar o comprender el inglés.
La voz de las
fábricas,
de metales que
cortan
el Hudson, abren
las venas,
entierran la
dura realidad.
Los poetas están
de luto.
La luz del agua se graba
en las yemas
para que
la historia no sea olvidada.[6]
La
polémica internacional sobre el abuso en contra de los inmigrantes
indocumentados, que separaba a los menores de sus padres cuando eran detenidos
por las autoridades migratorias, aún continúa en boca de todos pese a que dicha
práctica fuera revocada debido a las exigencias nacionales e internacionales. La
controversia sigue viva al comparar estas medidas con las ya vividas durante la
segunda guerra mundial por los gobiernos fascistas.
No hay rincón de
la ciudad
que no escuche
venir el fuego.
Se acerca el caos a los edificios,
la angustia de
la gente en el aire.
La corriente se
llena
de sangrantes
metales
y con ella se
traga la noche.[7]
Ante
tanto dolor, por lo la infancia vejada y herida, por el sufrimiento padecido
por las víctimas inocentes, la voz poética de Xánath Caraza lanza una oración para el Hudson, le insta a que, con
sus aguas, borre todo este calvario vivido por los inocentes. La autora le pide
al río que limpie el mal con sus caudales, que se establezca como fuente de vida y se
lleve consigo las pesadillas para poder cerrar o, mínimo, encapsular, este
periodo oscuro y abra paso, de nuevo, a la esperanza:
Medita en este navegar mecánico.
No queda nada,
solo el angustiante ulular del viento
antes de llegar
al agua.
Tiemblan las
suaves manos
al escribir, son
las dueñas de
los pensamientos
salvajes,
de la ira de los
oprimidos.
Agua del Hudson:
despierta y desenraiza
el dolor: las
pesadillas
de niñez que se
hacen realidad.[8]
[1]
Caraza, Xánath. Hudson. Traducción: Sandra Kingery. Editorial Nazarí. España,
2018. pp: 16.
[2]
Op. cit. pp: 32
[3] Op. cit. pp: 26
[4] Op. cit. pp: 24
[5]
Op. cit. pp: 38
[6]
Op. cit. pp: 36
[7]
Op. cit. pp: 40
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