Davo Valdés de la Campa. (Cuernavaca, Morelos, 1988) |
El
robo
Davo
Valdés de la Campa
Me
senté en aquel sofá gris para descansar. No estoy seguro de qué reposaba, ya
que en realidad no había hecho nada más que levantarme de mi cama y caminar a
la sala, donde descaradamente se encontraba aquel cínico sillón reclinable. Al
tomar asiento me percaté de que mi sala se encontraba totalmente vacía. ¡Me
habían robado todo! Sucedió mientras dormía despreocupadamente. Se llevaron: la
mesa de centro, los cuadros falsos de Rembrant, el tequilero, la barra y los
jarrones de porcelana china que me heredó mi abuela. También mi espada samurái,
el estéreo, los sillones a excepción del cual me servía de refugio. La
impresión que me causaba encontrarme solo en una habitación blanca y
deshabitada era alimentada por el adormecimiento mental y para terminar de joder
me quitaron mi disco de Stone Temple Pilots. Me sentí insignificante y más
pequeño de lo normal. Decidí no levantarme, no llamar a la policía. Tan sólo me
quedaría ahí, sentado, hasta que las cosas tuvieran sentido. Mientras eso
pasaba observé la sala de esquina a esquina, recorrí con la mirada el techo
lejano, las paredes pálidas y el suelo de caoba ¡Cuánto espacio! ¡Cuánto
vacío...!
Me
pregunté qué representaban aquel lugar y aquellas cosas hurtadas para mí.
Estuve a dos segundos de descubrir la respuesta, sin embargo, una mancha café
en la pared llamó mi atención y perdí la iluminación de la certidumbre. ¿Qué
podía ser aquella imperfección en mi pulcra casa? De pronto recordé de golpe
cómo años atrás mi padre había masacrado una cucaracha en aquella pared y dejó
esa terrible mácula que yo ingenuamente tapé con un retrato familiar. La mancha
nunca desapareció. Traté de recordar el orden de los objetos en la sala
mientras mis dedos cabalgaban en el contorno del sofá. ¿Por qué no se lo habían
llevado? Sólo Dios y los hijos de la chingada que me robaron lo sabían. Como un
segundo fracturado, mi mente se tornó del color de las paredes y los
pensamientos huyeron de mí despavoridos y agotados de sufrir. Permanecí inmóvil
en el centro de la habitación observando la mancha marrón. No estaba cavilando
nada, no reflexioné y mucho menos me lamenté por los sucesos recientes de mi
cotidiana vida.
No
sé cuánto tiempo pasó, ya que el reloj tampoco se encontraba en su lugar. Sin
duda había pasado más de un día desde que reposé mi cuerpo en el diván hogareño
y hallé el robo. Me levanté y descubrí que no sólo fui privado de mis
pertenencias, también se habían llevado el tiempo. Aquel que sentado perdí y el
cual nunca podré recuperar.
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