Salmo
Wislawa
Szymborska
Las
fronteras de las naciones humanas ¡qué permeables son!
¡Cuántas
nubes pasan impunemente flotando sobre ellas,
cuánta
arena del desierto se desliza de uno a otro país,
cuántas
piedras ruedan
desde
las montañas hasta los dominios ajenos
con
botes desafiantes!
¿He
de mencionar aquí los pájaros que vuelan
uno
tras otro
y
se posan en las barreras bajadas?
Incluso
si fuera sólo un gorrión,
ya
tiene allí la cola,
mas
su pico permanece aquí.
Además
¡nunca se queda quieto!
Entre
los innúmeros insectos me limitaré a la hormiga,
que
entre las botas derecha e izquierda del guardia
a
la pregunta: de dónde, a dónde
-no
se siente obligado a contestar-.
¡Ah,
mirad con atención
todo
este desorden a la vez
por
todos los continentes!
¿Acaso
no es la alheña la que desde la orilla opuesta
pasa
de contrabando su cienmilésima hoja?
¿Y
quién si no el calamar
de
osados y largos tentáculos
viola
la sagrada zona de la aguas territoriales?
¿Cómo
se puede hablar en general de orden alguno,
si
ni siquiera es posible repartirse las estrellas
para
saber cuál brilla para quién?
¡Y
que aún el reprobable expandirse de las nieblas!
¡Y
del polen, por toda la superficie de la estepa,
como
si no estuviera bien partida en dos!
¡Y
el resonar de las voces por las serviciales ondas del aire:
gritos
que llaman y gorgojos llenos de significado!
Sólo
lo humano logra ser verdaderamente ajeno.
Lo
demás son bosques entremezclados, obras de topo y viento.
***
Yo
nací para cruzar puentes
Maliyel
Beverido
Hay
quienes se alojan en su sombra
y
quienes se arrojan por su borda;
yo
nací para cruzarlos,
para
mirar cómo se acerca la otra orilla
con
ese vértigo hecho de paz y asombro.
Yo
nací para cruzar puentes.
Podría
permanecer como la hierba del prado,
como
la gravilla ribereña,
como
un arbusto más del soto,
como
un álamo que aguarda,
al
margen de la calle transitada,
a
que un rodar se interrumpa y cuente
cómo
es de donde viene.
Podría
quedarme dócilmente aquí,
donde
he nacido, hasta morirme.
Pero
no quiero.
Podría
también dar ojeadas sediciosas
a
otros que se van y vuelven,
o
no.
Pero
no quiero:
Yo
lo que quiero es cruzar puentes.
Cruzar
un puente es dejar un mundo
sin
renunciar a él.
Podría
atravezar el aire en vuelo
como
una espora vegetal,
como
un ave -de sangre o de aceite-
como
una bala de cañón,
saltar
de un punto a otro del planeta
y
avistar desde lo alto
el
fondo de los acantilados y los arroyos
sin
mojarme los pies.
Pero
no quiero;
Yo
nací para cruzar puentes.
Nací
para dar un paso tras otro
sobre
un entarimado que se construye al tiempo que ando
en
una prolongación del suelo.
Tomar
la barandilla,
estirar
los brazos como un funámbulo
o
esconder las manos en los bolsillos del saco.
Marchar,
marchar
Observar
a los costados,
o
sólo hacia delante, o hacia atrás, o avanzar a ciegas.
Cruzar
un puente es acercarse a un mundo
sin
ampararse de él.
Yo
nací para cruzar puentes;
los
vetustos, los hechizos, los modernos.
Mohosas
celosías de metal,
troncos
derribados,
estructuras
de hormigón,
esmerados
cúmulos de piedra.
Un
puente es ambas caras de una moneda en el aire,
la
joroba de un camello de dos cabezas,
la
mano que el espejo tiende,
una
fracción de Moebius,
y
no existe vueltra atrás.
El
anhelo lleva al otro lado,
siempre
al otro lado.
Siempre
es domingo sobre el puente.
Hay
millones de puentes que me esperan.
Yo
nací para cruzar puentes;
alguien
ha estado construyendo puentes
desde
el principio de los tiempos para mí,
para
que yo me eche a recorrelos.
De
madera de acero de piedra,
colgantes
levadizos suspendidos,
de
viga en arco atirantados,
puentes
viaductos pasarelas.
Puentes
para unir tierra con tierra,
puentes
para los pies, de los pies a la cabeza.
Al
otro lado un contraluz, una sombra, una figura,
un
susurro quizá, seguramente una palabra
que
me invita
al
otro lado que soy yo misma.
Yo
nací para cruzar puentes.
Y
cada mañana me levanto
como
un puente
para
que el día me atraviese.