Macanudo de Liniers

Macanudo de Liniers
"¿Y si no fuésemos otra cosa que los brazos de una voz?" Decir. Maliyel Beverido

viernes, 29 de enero de 2016

Decimoprimero




Resiento la patria
Todos los hombres del mundo no caben en nuestra patria
Si mi patria fuera crótalo se comería su cabeza de pena y cansancio
La patria se nos ahogó en los vientres de sus mujeres
La patria comió de su tierra
Ya no le queda tierra a una patria manchada con los cuerpos de los bebés calabaza
La tierra me tiene por debajo con los amaneceres y las mujeres de mal corazón
El miedo me tiene metida la patria en el vientre
El vientre no es huevo ni alcoba
Tierra deberían echarle encima a la patria para que la muy inmóvil llenara su hocico
A este no dolor ya no lo queda tierra que comer
A esta tierra le queda un rencor naranja como mis corazones
Y a mis corazones ya no les quedan cuerpos donde meterse por descoloridos 

 ***

Arturo Ramírez Lara. Chihuahua, Chihuahua, 1979. Vive en Ciudad Juárez.

PROGRAMA LA VARONITA -26 ene 2016-



TEMAS:

+ HABLAREMOS del encuentro Internacional de MUJERES EN LA ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO y LA INNOVACIÓN. 
QUE se realizó en Mérida Yucatán.

UN EVENTO con el objetivo de empoderar a la mujer.

+ ANGEL RAFAEL MTZ. ALARCÓN nos hablará Primer encuentro #Memoria de Xalapa #CCXXV Titulo de Villa y Escudo de Armas. 26-I-2016

+ ANTONIO SALGADO LEINER nos comenta sobre los cambios que tendrá WHATSAAP con FACEBOOK, FACEBOOK STADIUM y los cambios de TWITTER.

+ XOCHITL SALINAS nos habla de LOS CIRCULOS DE LECTURA DE INVIERNOS DEL IVEC , y de el libro EL VIAJE de SERGIO PITOL.

+ABRAZOS VERDES con RAQUEL GUERRERO VIGURI nos enseña CÓMO ES UNA COPA MENSTRUAL

además...

-TE MOSTRAMOS la receta de la gelatina con chocolate abuelita
-Cómo es correcto ¿VENISTE o VINISTE?

TE ESPERAMOS EN VIVO- martes 5 pm- CON CHAT EN VIVO por:

www.lagazeta.org

#LAGAZETATV









martes, 26 de enero de 2016

Sergio Pitol y la literatura rusa




Cátedra Alfonso Reyes

Monterrey, México. (02/04/2001)

Seminario impartido por el escritor Sergio Pitol en el que analiza la literatura rusa, específicamente la literatura rusa del siglo XIX. En esta primera sesión se revisan temas como la esclavitud, el nacionalismo y el gregarismo a través de las obras de Antón Chéjov, León Tolstoi, Fiodor Dostoievski y Nicolás Gogol.

La cátedra consta de tres partes. Las dos restantes aparecen abajo, dar click en el link para verlos.






Segunda Parte sobre la época de oro de la literatura rusa

Tercera Parte sobre la época de oro de la literatura rusa








Nudo en la garganta




Días difíciles para México y el estado de Veracruz. Cuando parece que nada nos puede salvar de la violencia y la inseguridad que padecemos a diario, la poesía se convierte en la manera de poder expresarnos, apropiándonos de las palabras, seguimos manteniendo ese lazo humano.

La boca
(Fragmento)

cuando se abra la boca de la tierra
gritarán las sombras a su madres
grutarán las madres a sus hijos

cuando se abra la boca de la tierra
escucharemos una sola palabra de fuego
y la sed
nos recordará el sabor del agua

cuando se abra
sólo aquel silencio que puede dar el espanto
nos echará a la cara
la respuesta
que de ahí llega


*Nicoïdski, Clarisse. El color del tiempo. Poemas completos. Sexto Piso, México, 2014. pp: 55



“No vamos a descansar hasta que aparezcan nuestros hijos. No nos hemos movido;
 aquí en la Fiscalía comemos, aquí dormimos y aquí nos vamos a quedar” 
-- Padres de los cinco jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca.

- José Benítez de la O (24 años)
- Mario Arturo Orozco Sanchéz
(27 años)
- Alfredo González Díaz (25 años)
- Bernardo Benítez Arroníz (25 años)
- Susana Tapia Garibo (16 años)
¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!



El 14 de enero pasado Jorge Rubén Morales Luna fue levantado en Xalapa; 
este martes 26 se informó que fue hallado su cuerpo. DEP.


jueves, 21 de enero de 2016

Julio, el de los rasgos finos


La familia de Julio César Mondragón, asesinado y desollado la noche del 26/09/2014
por el narcoestado mexicano, sigue exigiendo justicia. Foto: Tryno Maldonado.

Ayotzinapa. El rostro de los desaparecidos
(Fragmento)


Ésta o es una típica carta de despedida, me atrevo a decirte que nunca me olvides, no olvides que te amo con toda mi humildad. La semilla de un futuro sólo se siembra con esperanzas. Dile a mi hija que su papá la quiere mucho, aunque para mañana ya no esté, cuídala mucho, dale amor como yo quería darle a chorros. Corresponde sus preguntas y dile que por siempre yo la apoyaré.

Me voy y no sé si regrese. Tengo mucho miedo por mis sueños, pero quiero que seas que a donde yo vaya, tú y la bebé también irán. Pase lo que pase aprieta el paso y no agaches la mirada para que tus esperanzas nunca decaigan.

Fue la última carta de Julio César Mondragón, el Chilango, escribió de puño y letra. La había escrito en el cuaderno que su compañero el House descubrió el día que tomó una siesta en su colchoneta. La carta del Chilango estaba dirigida a su esposa Marisa y hacía referencia a la hija de ambos, Melissa Sayuri, nacida el 30 de julio de ese año. La misma fecha en que recibió la noticia de que había sido aceptado en Ayotzinapa. El Chilango sólo pudo disfrutar de su hija durante los quince días de permiso especial que le dio el Comité a inicios de septiembre.

Días antes, al Chilango le habían robado su celular en Ayotzinapa. No tenía otro medio para comunicarse con su esposa que el epistolar.

Casi a la medianoche del 26 de septiembre, el Chilango estaba congregado con un pequeño grupo de sobrevivientes y recién llegados al lado oriente del cruce Álvarez y Periférico que esperaban a que diera inicio la rueda de prensa del Comité. Entre ellos, su amigo el Cocho.

El Chilango fumaba con los dedos y los labios palpitantes el cigarro que un estudiante de la tercera academia les había convidado. En todo ese tiempo, el Chilango no se quitó del cuello la bufanda de Marisa.

Al filo de la cinta asfáltica del Periférico, inició en esos momentos la rueda de prensa. El círculo de miembros de ambos comités y periodistas debía de ser de alrededor de doce personas. El resto, unas cien personas, entre profesores, sobrevivientes y normalistas de recién arribo, pululaban en distintos grupos y orden alrededor de la conferencia como un centro magnético.

El Chilango estaba inquieto. Notó que muchos de sus compañeros llamaban a sus casas para dar aviso y supieran que estaban a salvo. Pensaba en Marisa, pero no quería alarmarla en vano. Como el suyo había sido robado, el Chilango pidió un teléfono para llamar a su familia en el Estado de México. Luego reparó. Llamó a Marisa. Estaba concluyendo la comunicación con ella cuando el Patrón apareció y se aproximó al pequeño grupo de su esquina. El Chilango lo saludó sin mirarlo.

No se agüite, paisa Chilango, dijo el Patrón con la voz ronca.

El Chilango apagó el cigarro que de cualquier forma había aceptado sólo por los nervios. Se excusó del grupo con una señal de la mano y se dirigió hacia donde el otro Julio César, el Fierro, y Daniel Solís Gallardo, administraban con otros normalistas el poco tráfico de coches que atravesaba el Periférico.

El Chilango cruzó la calle en dirección opuesta hacia donde se encontraba la mayor congregación de normalistas y profesores. Fue entonces cuando vio cómo el único reflector de la cámara que iluminaba la noche se apagó. Era la cámara del reportero de Televisa. Casi al mismo tiempo, como si fuera una respuesta, comenzaron a brillar destellos desde el lado poniente del Periférico igual que estrellas nacientes. Estruendos. Hubiera jurado que era el sonido de un trueno en el cielo nublado de esa noche e no ser porque el sonido atronador se replicó en una serie, racimo de estampidos por segundo que se prolongaron por minutos. Una tormenta de balas. Impactos de bala de grueso calibre sobre sus cabezas. Un convoy armado de pistoleros a bordo de una pick-up Ford Lobo, una Ram, un Ikon negro y otros vehículos llegó arrasando con cuanto vestigio de vida encontraba a su paso.

Tres de esos pistoleros descendieron en el Periférico. Iban vestidos de negro. Capuchas, botas, guantes. Uno llevaba puesta una sudadera oscura, otro, un chaleco antibalas. Todos armas de asalto. Todos jóvenes.

Chilango vio cómo se colocaban en posición de disparar.

Entre la tormenta de balas de plomo que se desató, el Chilango atisbó sin dar crédito todavía cómo caían fulminados Julio César Ramírez Nava, el Fierro, y Daniel Solís Gallardo, el Chino.

Estaban muertos.

Él sería el siguiente.

Édgar Vargas, en el mismo lado derecho de los autobuses sobre la calle Juan N. Álvarez, alcanzó a huir con la cara destrozada. Había recibido un disparo a quemarropa de uno de los sicarios más jóvenes. Édgar corría a tropezones y dejaba detrás de sí una cuerda de sangre.

La primera reacción instintiva de los grupos dispersa de muchachos fue quedarse tiesos, como presas expuestas para un predador. No podían creer que dos de sus compañeros hubieran sido asesinados a sangre fría frente a sus ojos. Como la tanda de disparos de los pistoleros resguardados entre la oscuridad no se detuvo ni siquiera con las primeras muertes, alrededor de cien personas comenzaron a correr. Corrieron en dirección al sur, por Juan N. Álvarez, por los resquicios libres entre las paredes de los edificios y el chasis de los tres autobuses destruidos. Corrieron con toda su alma. Corrieron hasta que las piernas les dolieron por el esfuerzo y entonces volvieron a sacar arrestos para correr otro tramo.

La familia de Julio César Mondragón sigue esperando justicia. Foto: Tryno 
Maldonado.
El Chilango corrió en el sentido de la calle Juan N. Álvarez con un grupo de cuatro estudiantes y profesores. Algunos más alcanzaron a treparse por las bardas de las casas para refugiarse en alguna azotea.

El tintineo de las cosas al quebrarse por las balas era todo lo que oían. Ladrillos. Madera y concreto de los postes. Metal. Mucho metal y el sonido estentóreo de sus propias respiraciones retumbando en las paredes del cráneo. La piel desgarrada por los impactos francos o los rozones de bala. Decenas de heridos.

¡No se separen!, decían varias voces. ¡Corran, no se separen!

Después de  tres cuadras de carrera, Cocho volteó hacia atrás sin detenerse para buscar al Chilango. Creía que todo ese tiempo había corrido junto a él. Ahí seguía el muchacho de tercero que les ofreció cigarros. Vio de reojo a Amolonga. Vio a muchos de los pelones que pasaban como flechas a sus costados. Pero del Chilango no volvió a saber nada.

Uno de los muchachos apareció corriendo por sí mismo entre el río de estudiantes con la cara ensangrentada. Era Édgar. Hubo muchos gritos.

¡Le dieron a uno!

Édgar Andrés Vargas había escapado milagrosamente con el rostro destrozado por una bala.

¡Le dieron a uno!

Un grupo de muchachos frenó y desanduvo unos pasos para socorrerlo y llevarlo en andas con dirección al sur. Sus playeras se mancharon de la sangre que Édgar despedía a chorros de la nariz y de la boca. Pero Cocho, sin dejar de correr, vio con espanto que ni la nariz ni la boca ni los dientes e Édgar estaban allí. En su lugar sólo había un agujero negro en el rostro.

¡No se queden parados! ¡Corran!

Un mantra. Un tambor hipnótico y beligerante. Un tambor de guerra con sordina en los oídos. Un zumbido punzante en el cerebro. Bocas que se abrían, rostros que gesticulaban histéricos. Pero nada de voces. Cocho creyó que se había quedado sordo. Sentía vértigo. El Chilango. ¿Dónde estaba el Chilango?

Nunca me olvides, no olvides que te amo con toda mi humildad. La semilla de un futuro sólo se siembra con esperanzas.

Puta madre, Chilango. ¿Dónde te metiste, cabrón? Chilango. Chilanguito. Que no te agarren esos cabrones, Chilanguito. ¿Dónde estás? No te veo por ningún lado. Que no te agarren esos hijos de la chingada, Chilanguito.

Me voy y no sé si regrese. Tengo mucho miedo por mis sueños, pero quiero que sepas que a donde yo vaya, tú y la bebé también irán.

El grupo que corrió con el Chilango al momento de iniciar la balacera fue refugiado en una casa de un vecino a dos cuadras de la esquina donde buscaron atrincherarse inútilmente entre dos coches. Llamaron a gritos al Chilango para que se metiera con ellos.

Pero él decidió correr hacia la izquierda, introducirse en una calle perpendicular, y seguir corriendo. En poco tiempo se quedó  a solas en la calle paralela a Juan V. Álvarez. Se dio de frente con las luces de los faros de una camioneta que lo cegaron.

El Chilango quedó a merced de un grupo de nuevos pistoleros que circulaban por ahí. Tal vez hubiera actuado con la impresión de que, de meterse en el escondite con el resto, se volvería presa fácil de los sicarios.
De pronto, sin saber desde qué punto ciego, deslumbrado por los faros del vehículo, el Chilango fue sometido por varias personas vestidas de negro. Eran sicarios, Jóvenes. Jóvenes como él y algunos incluso más.

Ninguno de ellos actuó por impulso individual ni por arranque al capturar a el normalista solitario a mitad de la calle. Actuaban organizados, con las voces firmes pero serenos, mientras el resto, a dos cuadras sobre el Periférico Norte, sostenía la descarga de balas de sus fusiles de asalto contra la multitud.

Actuaban con la orden de quien lo hace con entrenamiento previo, coordinados, se diría que por manual.

Los muchachos y los profesores del grupo del que se separó el Chilango una calle antes alcanzaron a oír claramente sus gritos. Primero un forcejeo. Una discusión. Luego gritos, gritos de terror. Pero nada podían hacer. Afuera llovía plomo.

Julio César Mondragón Fontes tenía 22 años cuando fue
brutalmente asesinado.
Julio César sintió de golpe unos brazos jóvenes y fuertes que lo atenazaron por el cuello, la bufanda de Marisa asfixiándolo. Manoteó en el aire, tiró golpes, se giró sobre sí mismo y al no encontrar ya punto de apoyo por la zancadilla que le propinaron, cayó al suelo y en el suelo pataleó y batalló con todas sus fuerzas para liberarse. Lo arrastraron y su piel cedió al resentir la fricción del pavimento. El Chilango gritó con toda su energía, gritó con rabia y con desesperación. Pero enseguida, sin saber de dónde provenían, sintió más pares de brazos que se opusieron sin consideraciones hasta amansarlo.
Los sicarios tomaron al Chilango y lo sostuvieron con brutalidad por la muñeca izquierda, el antebrazo derecho y los tobillos para someterlo y llevárselo de ahí. La tortura por la que lo hicieron transitar el resto de la noche dilató mucho. No iba a ser una muerte súbita como la que habían experimentado Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo, una muerte que el propio Chilango había presenciado a escasos metros.

Cuando coincidimos, cuando nos vimos, cuando sonreímos, cuando nos conocimos, cundo hablamos, cuando nos saludamos, cuando salimos, cuando compartimos, cuando lo sentimos, cuando nos unimos.
Pase lo que pase aprieta el paso y no agaches la mirada para que tus esperanzas nunca se caigan.

Al inicio el Chilango no recibió heridas letales, sino únicamente las destinadas a otorgarle una prolongada y dolorosa tortura en todo el cuerpo a lo largo de esa noche. Su cadáver presentó hematomas en el tórax, en los brazos y en las piernas. Hemorragias de varias vísceras por la tortura y lesiones craneales. Fracturas costales en ambos hemitórax y un hematoma retroperitoneal como consecuencia de los brutales golpes en el abdomen y en la espalda. Sus torturadores iban con sólo objetivo en mente. Y sabían muy bien lo que hacían. La tortura implica técnica, es algo que se aprende. La tortura que le dispensaron a Julio César Mondragón es algo que debe mecanizarse con la práctica y que requiere escuela. Requiere método. Y el método que emplearon para torturar a Julio César fue el más inhumano que ellos conocían.

Julio César batallaba con vida y se revolcaba sobre sí mismo para liberarse de sus captores. Pero al fin consiguieron doblegarlo en vida el suficiente tiempo para dispensarle cortes limpios en la piel y en los músculos del rostro. Los partían desde el tejido de la garganta detrás de las orejas hasta la línea de nacimiento del cuero cabelludo. Como la línea de una máscara. A partir de esos cortes le fueron arrancando la cara hasta despojársela por completo, dejándolo en los huesos. Los gritos de dolor de Julio César eran salidos de una pesadilla. Se desangró mientras le desprendían el tejido facial hasta dejarle el cráneo desnudo y desecado. Los dientes expuestos hasta la raíz, apretados en un rictus terrible por el nivel inhumano de sufrimiento al que sometían al muchacho de veintidós años. Enseguida le arrancaron los globos oculares.

El rostro de Julio César Mondragón, el Chilango, no era más el rostro de rasgos delicados que había enamorado a Marisa, la piel suave, la nariz fina y recta. No era ya el rosto del muchacho vanidoso y bien parecido. Convirtieron su rostro con vida en el rostro de la muerte.

Cuando te besé, cuando me besaste, cuando te amé, cuando me amaste.

Nunca me olvides, no olvides que te amo con toda mi humildad. Me voy y no se si regrese. Tengo mucho miedo por mis sueños, pero quiero que sepas que a donde yo vaya, tú y la bebé irán.

El cuerpo de Julio César Mondragón con la bufanda negra de Marisa al cuello fue reportado al C4 la mañana siguiente. Estaba a plena luz del día, en una calle de tierra llamada el Callejón del Andariego, en la zona industrial e Iguala, cerca del almacén de Coca-Cola y una cancha de tenis. Según algunas versiones, los primeros en llegar al sitio, a las 9:55 de la mañana, fueron elementos del 27 Batallón de Infantería.

Fragmento tomado de:

*Maldonado, Tryno. Ayotzinapa. El rostro de los desaparecidos. Editorial Planeta, México, 2015. pp: 308-315.

PROGRAMA LA VARONITA -19 enero 2016-


Programa #LAVARONITA del 19/01/2016: Ayotzinapa. El rostro de los 
desaparecidos. Foto: Tryno Maldonado junto al Relax, sobreviviente del día
26/09/2014.







++ PROGRAMA #‎LAVARONITA -

- 5pm- EN VIVO los martes

TEMAS:

- LIBRO de Tryno Ayotzinapa el rostro de los desaparecidos
con Xochitl Salinas Martinez

-Cómo construir objetivos de negocio, ventas y estrategia para los que están emprendiendo. con Antonio Salgado Leiner

-CASO KATE del Castillo y Gael García con Raquel G. Viguri

-Nuevos integrantes del Consejo de la Crónica de Xalapa con Ángel Rafael Martinez Alarcón

**- ¿qué nos espera en el panorama electoral?

** DISFRUTA del super concierto de la banda sonora STAR WARS de la Orquesta Filarmónica de Xalapa

**CERRAMOS con una propuesta musical de una cantautor independiente Xalapeño VICENTE ALARCÓN.

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martes, 19 de enero de 2016

El Apango y el Fierro


El Apango, sobreviviente del 26 de Septiembre, junto a Tryno Maldonado. 
Foto: Tryno Maldonado.


Doña Bertha Nava, madre de Julio César Ramírez Nava exige 
justicia para su hijo y sus dos compañeros asesinados. Foto: 
Tryno Maldonado.
La última llamada que Bertha recibió de su hijo Julio César, antes de ser acribillado la noche del 26 de septiembre, la hizo desde su Nokia color vino, cuando iba entrando a Iguala en una de las dos Urvan de la Normal que asistieron a apoyar a sus compañeros. Estaban convocando a una rueda de prensa en el Periférico, y Bertha oía al fondo cómo mucha gente hablaba al mismo tiempo. Cuando Bertha vio la foto de la revista Proceso días después, reconoció de inmediato la camiseta negra de lycra, con vivos rojos y plateados, mangas largas. Bertha se la había comprado a Julio César en un tianguis por cinco pesos.

La tarde del 26 de septiembre, Apango y el Fierro fueron avisados que ese día se reduciría la ración de por sí parca del comedor. Lo lamentaron pero no dijeron nada. Tenían un plan alterno para apaciguar el hambre.

Fierro, el Verde, Chessman y el House tuvieron ese día ensayo con la Banda de Guerra. El Fierro era zurdo y a veces se cruzaba con el codo del Verde en la fila de las cornetas. Eso discutían muy de buenas más tarde en el almacén de los instrumentos cuando el Verde regresó del cubi con una playera vieja para dar lustre a los instrumentos. Viernes. Día obligatorio para limpiar los instrumentos. La playera era color verde.

Cuando alrededor de las 17:30 horas Bernardo Flores comenzó a convocar a todos los pelones para abordar dos autobuses Estrella de Oro, Apango y Fierro fueron de los primeros en formarse para subir. A Julio César lo bajaron. La banda de Guerra estaba exenta de ir. Julio César protestó. Era de los que más disfrutaban las actividades de lucha. Ni hablar. Apango, que detestaba cualquier actividad del estilo, se hizo sordo entre la multitud o nada más no cupo en los dos ómnibus atestados de pelones.

El Apango, sobreviviente del día 26 de septiembre de 2014 sigue
buscando a sus 43 compañeros desaparecidos y exigiendo justicia.

Foto:Tryno Maldonado.
Los autobuses se marcharon dejando una estela de tierra cerca del comedor. Julio César y Apango aún tenían hambre. Fueron a comprar una lata de chiles en escabeche a la cooperativa y le pidieron a la tía encargada que les regalara algo de sal. Caminaron hasta la parte posterior del  barranco, pasando los chiqueros, hasta el arroyo que pasaba por detrás de la Normal. Improvisaron unos anzuelos con un alambre delgado que afilaron contra las rocas y unas cañas con las ramas de un árbol bajo el que se habían sentado. Escarbaron en la tierra húmeda para conseguir algunas lombrices. El sedal de Julio César fue el primero en picar. Gritó de emoción. Era una trucha pequeña. A esa primera trucha le siguió otra. Julio César miró al Apango con los ojos radiantes. Fueron siete truchas en total. ¿Raciones en el comedor? Bah. Era su día de suerte.

Julio César lavó y limpió las siete truchas ante la mirada hambrienta de Apango. Cortó unos limones que tomaron al cruzar por los módulos de producción y así, sin más ingredientes que la sal, empezó a cocinarlos sobre el fuego que Apango acababa de encender.

Apango es sociable y parlanchín. Pero el Fierro era callado. Casi no hablaron. El fuego los tenía hipnotizados. El ruido desesperado de sus intestinos era lo único que parecía dialogar entre sí. Al fondo, en el horizonte que se oteaba desde la parte alta de barranco, los colores de la tarde estallaban contundentes y claros frente a sus ojos. A las 19:00 horas, comenzaron a devorarse la pesca del día.


Tryno Maldonado y Doña Bertha, Mamá de Julio César Ramírez 
Nava, asesinado por el estado mexicano el 27 de septiembre de 2014
en Igual. Ella no se detendrá hasta encontrar justicia para su hijo, para 
Daniel Solís, para Julio César Mondragón y encontrar a los 43. Foto: 
Tryno Maldonado.
Por la noche, cuando reposaban la comida acostados en sus colchonetas, llegó el anuncio sorpresivo de la tragedia de Iguala. Fue en la cancha principal donde se dio el anuncio. Los muchachos de las otras academias corrían buscando algún voluntario que se ofreciera a conducir uno de los autobuses que no tenía operador  o, en su defecto, las dos Urvan de la escuela. No hallaban a los encargados de la Cartera de Transporte. Fierro era de los primeros en ofrecerse para las actividades de lucha, así que saltó del dormitorio con la barriga todavía llena, se dirigió a buen paso al estacionamiento y subió a una de las camionetas.


Las butacas de Julio César Mondragón, de Julio César Ramírez Nava (el Fierro) y de 
Daniel Solís Gallardo, los tres estudiantes caídos la noche del 26 de septiembre del 2014.
Sus familiares siguen exigiendo justicia. Foto: Tryno Maldonado.

Maldonado, Tryno. Ayotzinapa. El rostro de los desaparecidos. Editorial Planeta, México, 2015. pp: 337-339.

martes, 5 de enero de 2016

Amor nuevo - Fruta Negra




"Amor Nuevo"
Letra, música y voz: María Ángela
Guitarra y arreglo: René Hernández

Para el año nuevo




Nuevo amor


Salvador Novo


La renovada muerte de la noche
en la que ya no nos queda sino la breve luz de la conciencia
y tendernos al lado de los libros
de donde las palabras escaparon sin fuga, crucificadas en mi mano,
y en esta cripta de familia
en la que existe en cada espejo y en cada sitio la evidencia del crimen
y en cuyos roperos dejamos la crisálida de los adioses irremediables
con que hemos de embalsamar el futuro
y en los ahorcados que penden de cada lámpara
y en el veneno de cada vaso que apuramos
y en esa silla eléctrica en que hemos abandonado nuestros disfraces
para ocultarnos bajo los solitarios sudarios
mi corazón ya no sabe sino marcar el paso
y dar vueltas como un tigre de circo
inmediato a una libertad inasible.

Todos hemos ido llegando a nuestras tumbas
a buena hora, a la hora debida,
en ambulancias de cómodo precio
o bien de suicidio natural y premeditado.
Y yo no puedo seguir trazando un escenario perfecto
en que la luna habría de jugar un papel importante
porque en estos momentos
hay trenes por encima de toda la tierra
que lanzan unos dolorosos suspiros
y que parten
y la luna no tiene nada que ver
con las breves luciérnagas que nos vigilan
desde un azul cercano y desconocido
lleno de estrellas poliglotas e innumerables.


Tú, yo mismo, seco como un viento derrotado
que no pudo sino muy brevemente sostener en sus brazos una hoja que
arrancó de los árboles
¿cómo será posible que nada te conmueva
que no haya lluvia que te estruje ni sol que rinda tu fatiga?
Ser una transparencia sin objeto
sobre los lagos limpios de tus miradas
oh tempestad, diluvio de hace ya mucho tiempo.
Si desde entonces busco tu imagen que era solamente mía
si en mis manos estériles ahogué la última gota de tu sangre y mi lágrima
y si fue desde entonces indiferente el mundo e infinito el desierto
y cada nueva noche musgo para el recuerdo de tu abrazo
¿cómo en el nuevo día tendré sino tu aliento,
sino tus brazos impalpables entre los míos?
Lloro como una madre que ha reemplazado al hijo único muerto.
Lloro como la tierra que ha sentido dos veces germinar el fruto perfecto
y mismo.
Lloro porque eres tú para mi duelo
y ya te pertenezco en el pasado.


Este perfume intenso de tu carne
no es nada más que el mundo que desplazan y mueven los globos azules de tus ojos
y la tierra y los ríos azules de las venas que aprisionan tus brazos.
Hay todas las redondas naranjas en tu beso de angustia
sacrificado al borde de un huerto en que la vida se suspendió por todos los siglos de la mía.
Qué remoto era el aire infinito que llenó nuestros pechos.
Te arranqué de la tierra por las raíces ebrias de tus manos
y te he bebido todo, ¡oh fruto perfecto y delicioso!
Ya siempre cuando el sol palpe mi carne
he de sentir el rudo contacto de la tuya
nacida de la frescura de una alba inesperada,
nutrida en la caricia de tus ríos claros y puros como tu abrazo,
vuelta dulce en el viento que en las tardes
viene de las montañas a tu aliento,
madurada en el sol de tus dieciocho años,
cálida para mí que la esperaba.

Junto a tu cuerpo totalmente entregado al mío
junto a tus hombros tersos de que nacen las rutas de tu abrazo,
de que nacen tu voz y tus miradas, claras y remotas,
sentí de pronto el infinito vacío de su ausencia.
Si todos estos años que me falta
como una planta trepadora que se coge del viento
he sentido que llega o que regresa en cada contacto
y ávidamente rasgo todos los días un mensaje que nada contiene sino una fecha
y su nombre se agranda y vibra cada vez más profundamente
porque su voz no era más que para mí oído,
porque cegó miso ojos cuando apartó los suyos
y mi alma es como un gran templo deshabitado.
Pero este cuerpo tuyo es un dios extraño
forjado en mis recuerdos, reflejo de mí mismo,
suave de mi tersura, grande por mis deseos,
máscara
estatua que he erigido a su memoria.

Hoy no lució la estrella de tus ojos.
Náufrago de mí mismo, húmedo del brazo de las ondas,
llego a la arena de tu cuerpo
en que mi propia voz nombra mi nombre,
en que todo es dorado y azul como un día nuevo
y como las espigas herméticas, perfectas y calladas.

En ti mi soledad se reconcilia
para pensar en ti. Toda ha mudado
el sereno calor de tus miradas
en fervorosa madurez mi vida.

Alga y espumas frágiles, mis besos
cifran el universo en tus pestañas
-playa de desnudez, tierra alcanzada
que devuelve en miradas tus estrellas.

¿A qué la flor perdida
que marchitó tu espera, que dispersó el Destino?
Mi ofrenda es toda tuya en la simiente
que secaron los rayos de tus soles.

Al poema confío la pena de perderte.
He de lavar mis ojos de los azules tuyos,
faros que prolongaron mi naufragio.
He de coger mi vida desecha entre tus manos,
leve jirón de niebla
que el viento entre sus alas efímeras dispersa.
Vuelva la noche a mí, muda y eterna,
del diálogo privada de soñarte,
indiferente a un día
que ha de hallarnos ajenos y distantes.