Macanudo de Liniers

Macanudo de Liniers
"¿Y si no fuésemos otra cosa que los brazos de una voz?" Decir. Maliyel Beverido

lunes, 30 de noviembre de 2015

Iniciando el olvido








Natalia Litvinova, Gómel, Bielorrusia, 1986. Reside en Argentina desde los 10 años de edad. Es poeta y traductora de poetas rusos. Publicó Esteparia, la plaquette traducida al francés, Balbuceo de la noche, Grieta, la antología Cortes invisibles, Rocío animal  y Todo ajeno. Compiló y tradujo las antologías El ruido de la existencia de los poetas rusos Jodasevich y Esénin, El espejo equivocado de Cherubina de Gabriak y la antología de Innokenti Ánnenski.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Bajo una estrella




Bajo una estrella


Wislawa Szymborska

Perdona, azar, que te llame necesidad. 
Perdón, necesidad, si al tenerte me equivoco. 
Perdonen, difuntos, que apenas los recuerde. 
Perdón, tiempo, por todo lo que se me escapa en un segundo.
Perdóname, viejo amor, que el nuevo me parezca el primero.
Perdónenme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonen, heridas abiertas, que acabe de pincharme
el dedo.
Perdónenme los que claman desde el abismo por
escuchar ese disco de minueto.
Perdónenme, los que corren en las estaciones, por quedarme 
dormida al amanecer.
Perdón, esperanza azuzada, porque a veces estalle 
de risa.
Disculpen, desiertos, por no ofrecerles ni una gota
de agua.
Y tú, halcón, idéntico desde siempre, enjaulado, 
que miras fijamente el mismo punto, 
perdóname, aunque seas un pájaro embalsamado. 
Discúlpame, árbol cortado, por las cuatro patas
de la mesa.
Perdón, grandes preguntas, por darles respuestas
fútiles. 
Verdad, no me hagas demasiado caso. 
Trascendencia, muéstrate generosa. 
Soporta tú, misterio del ser, que no haga más que
deshilvanar tu solemne velo. 
No me condenes, alma, por tenerte tan rara vez. 
Todo, perdóname si no estoy en todas partes. 
Me disculpo frente a todo por mi incapacidad de ser
cada uno o cada una. 
Sé que mientras vivo, nada me justifica, 
pues yo mismo soy mi propio obstáculo. 
Lenguaje, no me tomes a mal por servirme de tus
patéticas palabras
y luego empeñarme en que parezcan ligeras.






Wisława Szymborska (02/07/1923-01/02/2012) fue poeta, ensayista y traductora polaca, ganadora, entre otros, del Premio Nobel de Literatura en 1996.







martes, 17 de noviembre de 2015

¿Y porque no debía de dolerme París?





Benito Taibo


¿Y porque no debía de dolerme París?


Hay una curiosa andanada en redes sociales, en la que muchos se quejan de aquellos que se han solidarizado con el pueblo parisino, y (según ellos) olvidado a México, a Irak, a Siria, a Líbano, a la crisis de refugiados del Mediterráneo.

Como si respaldando a unos, se estuviera, de alguna extraña manera, descalificando, denostando, o incluso olvidando las otras terribles tragedias.

Y no me parece que sea justo.

Decía Terencio, el viejo dramaturgo romano que “nada de lo humano me es ajeno”; y yo, hoy, rompo una lanza con la cita traída desde el principio del tiempo, y simplemente digo que me duele tanto Ayotzinapa como París. Y con ello no dejo de ser el mexicano que soy, ni el hombre que piensa que cualquier barbarie, esté donde esté, no me es ajena en lo absoluto.

Estamos tan enojados, que incluso nos enojamos con los que están enojados a nuestro lado, de nuestro lado.

E insisto, creo que es una postura equivocada.

La salvajada de París, como la salvajada de Beirut, como la salvajada de Ayotzinapa, o Guerrero, o Siria, es en el fondo la misma salvajada. Y a todas hay que unir nuestra indignación y también nuestro reclamo.

Los que mueren y sufren, en todos los casos, son ciudadanos como usted y como yo.

A mí también me duele París.

Una ciudad, en la que (según recordó Julián Herbert) en el Siglo XIII había una ley que decía que un siervo, con tan sólo respirar su aire, se volvía legalmente un hombre libre.

Cuna de la ilustración, la revolución, la novela, la resistencia, el mayo francés.

Ciudad de poetas y vagabundos. De pintores esplendorosos.
Tumba de Julio Cortázar y Jim Morrison.

Les ruego que tan sólo por hoy, dejen que me siga doliendo el mundo, mientras me duele París. Sin olvidar todo lo que no olvido.

Los abrazo.



Ninguna vida vale más que otra




*Tomado del Facebook personal de Benito Taibo con fecha 16/11/2015



Benito Taibo: (31/05/1960) Periodista, poeta, novelista y ferviente promotor de la lectura. Divertido, apasionado, irreverente, entregado y obsesivo.




París no se acaba nunca





"Todo se acaba, pensé. Todo menos París, me digo ahora. Todo se acaba menos París, que no se acaba nunca". Enrique Vila- Matas





Enrique Vila-Matas (31/03/1948) escritor español, autor de más de una treintena de obras, que incluyen novelas, ensayos y otros tipos de narrativa y libros misceláneos. Su obra ha sido reconocida con diversos premios, tales como el Rómulo Gallegos, el Médicis, el Formentor, el FIL de Literatura en Lenguas Romances, entre otros.


domingo, 15 de noviembre de 2015

Adentrándonos en el silencio


Foto: Andrea Anghel, 1990. Fotógrafa Rumana.


Silencio 

Edgar Lee Masters


He conocido el silencio de las estrellas y del mar,
Y el silencio de la ciudad cuando calla,
Y el silencio de un hombre y una mujer,
Y el silencio por el que la música sólo encuentra su palabra,
Y el silencio de los bosques antes de los vientos de la primavera,
Y el silencio de los enfermos
Cuando sus ojos vagan por la habitación.

Y pregunto: ¿Para qué cosas profundas sirve el lenguaje?
Una bestia del campo se queja unas pocas veces
Cuando la muerte se lleva a su cría.
Y nosotros nos quedamos mudos ante realidades de las que no podemos hablar.

Un chico curioso le pregunta a un soldado viejo sentado
frente a un almacén
-¿Cómo perdiste la pierna?
Y el viejo soldado se queda sin palabras
o desvía el pensamiento
porque no puede concentrarlo en Gettysburg.
Y vuelve jocoso
Y le dice: Un oso me la comió.
Y el chico se maravilla, mientras el viejo soldado
Mudo, débil, sobrevive a
Los fogonazos de los revólveres, al trueno del cañón,
Los gritos de los asesinados,
Y a él mismo tendido en el suelo,
Y a los cirujanos del hospital, los cuchillos,
Y a los largos días en cama.

Pero si pudiera describir todo esto
Sería un artista.
Pero si fuera un artista debería haber palabras más hondas
Que él no podría describir.

Está el silencio de un gran odio,
Y el silencio de un gran amor,
Y el silencio de una profunda paz interior,
Y el silencio de una amistad traicionada,
Está el silencio de una crisis espiritual,
A través del cual, el alma, exquisitamente torturada,
Llega a visiones que no pueden pronunciarse
En un reino de vida superior.
Y el silencio de los dioses que se entienden sin hablar,
Está el silencio de la derrota.
Está el silencio de los injustamente castigados;
Y el silencio de los agonizantes cuya mano
de pronto toca la nuestra.
Está el silencio entre el padre y el hijo,
Cuando el padre es incapaz de explicar su vida,
Y por eso mismo resulta incomprendido.
Hay el silencio que crece entre el marido y la mujer.
Hay el silencio de aquellos que fracasaron;
Y el vasto silencio que cubre
A las naciones quebradas y a los líderes vencidos.

Y hay el silencio de la vejez,
tan lleno de sabiduría que la lengua no pronuncia
las palabras inteligibles para aquellos que no han vivido
La gran extensión de la vida.
Y está el silencio de los muertos.
Si nosotros, vivos,
no podemos hablar de profundas experiencias,
¿Por qué asombrarse de que los muertos
no nos hablen de la muerte?

Su silencio será interpretado
Cuando nos acerquemos a ellos.


Edgar Lee Masters (23/08/1868 - 05/03/1950), poeta, biógrafo y dramaturgo estadounidense.
















PROGRAMA #LAVARONITA -10/11/2015-




AMIGOS, en el programa #‎LAVARONITA de esta semana:

+HABLAREMOS de la semana nacional de la CIBERSEGURIDAD con nuestro experto Antonio Salgado Leiner. ADEMÁS nos comenta sobre FACEBOOK EN LA EMPRESAS .
LA RATONA DE TV Raquel G. Viguri nos hablará de la nueva serie chilena GRINGOLANDIA así como de los interesantes LINEAMIENTOS QUE HA PUBLICADO LA SEGOB SOBRE LA CLASIFICACIÓN DE la programación televisiva.
Xochitl Salinas Martinez nos hablará del nuevo libro de JULIAN HERBERT "La casa del dolor ajeno" Y SI QUIEREN MÁS de libro... Angel Ángel Rafael Martinez Alarcón nuestro historiador de cabecera nos habla del LA CELEBRACIÓN DEL DÍA NACIONAL DE LOS LIBROS.
ADEMÁS te muestro un poco del desfile de catrinas que hubo en XALAPA, el espectáculo DE CARA a CARA un viaje al informando prehispánico.

DE ESTO y más te esperamos MARTES con chat en vivo POR: 
www.lagazeta.org 
-5PM- #‎LAGAZETATV






jueves, 12 de noviembre de 2015

Natalicio de Juana de Asbaje: Día nacional del libro


Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana Gonzalez y España (1651-1695) 


Sonetos satírico-burlescos

 Sor Juana Inés de la Cruz


Inés, cuando te riñen por bellaca,
para disculpas no te falta achaque
porque dices que traque y que barraque;
con que sabes muy bien tapar la caca

Si coges la parola, no hay urraca
que así la gorja de mal año saque;
y con tronidos, más que un triquitraque,
a todo el mundo aturdes cual matraca.

Ese bullicio todo lo trabuca,
ese embeleso todo lo embeleca;
mas aunque eres, Inés, tan mala cuca,

sabe mi amor muy bien lo que se peca:
y así con tu afición no se embabuca,
aunque eres zancarrón y yo de Meca. 

*

Aunque eres, Teresilla, tan muchacha,
le das quehacer al pobre de Camacho,
porque dará tu disimulo un chacho
a aquél que se pintare más sin tacha.

De los empleos que tu amor despacha
anda el triste cargado como un macho,
y tiene tan crecido ya el penacho
que ya no puede entrar si no se agacha.

Estás a hacerle burlas ya tan ducha,
y a salir de ellas bien estás tan hecha,
que de lo que tu vientre desembucha

sabes darle a entender, cuando sospecha,
que has hecho, por hacer su hacienda mucha,
de ajena siembra, suya la cosecha. 

*



Inés, yo con tu amor me refocilo,
y viéndome querer me regodeo;
en mirar tu hermosura me recreo,
y cuando estás celosa me reguilo.

Si a otro miras, de celos me aniquilo,
y tiemblo de tu gracia y tu meneo;
porque sé, Inés, que tú con un voleo
no dejarás humor ni aun para quilo.

Cuando estás enojada no resuello,
cuando me das picones me refino,
cuando sales de casa no reposo;

y espero, Inés, que entre esto y entre aquello,
tu amor, acompañado de mi vino,
dé conmigo en la cama o en el coso. 

*

Vaya con Dios, Beatriz, el ser estafa,
que eso se te conoce hasta en el tufo;
mas no es razón que, siendo yo tu rufo,
les sirvas a otros gustos de garrafa.

Fíaste en que tu traza es quien te zafa
de mi cólera, cuando yo más bufo;
pues advierte, Beatriz, que si me atufo
te abriré en la cabeza tanta rafa.

¿Díme si es bien que el otro a ti te estafe
y, cuando por tu amor echo yo el bofe,
te vayas tú con ese mequetrefe;

y yo me vaya al Rollo o a Getafe
y sufra que el picaño de mí mofe
en afa, ufo, afe, ofe y efe?

*

Aunque presumes, Nise, que soy tosco
y que, cual palomilla, me chamusco,
yo te aseguro que tu luz no busco,
porque ya tus engaños reconozco.

Y así, aunque en tus enredos más me embosco,
muy poco viene a ser lo que me ofusco,
porque si en el color soy algo fusco
soy en la condición mucho más hosco.

Lo que es de tus picones, no me rasco;
antes estoy con ellos ya tan fresco,
que te puedo servir de helar un frasco:

que a darte nieve sólo me enternezco;
y así, Nise, no pienses darme chasco,
porque yo sé muy bien lo que me pesco.


                                             *

"Sonoro Clarí­n del Viento" Villancico I (Carol I), Sor Juana Inés de la Cruz, música: Manuel de Mesa (1725-1773). Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana Gonzalez y España (1651-1695) 


¡Sonoro clarín del viento, 
resuene tu dulce acento,
toca, toca, 
ángeles provoca, 
y en mil serafines, 
mil dulces clarines 
que, haciéndole salva,
con dulces cadencias saluden a María!

Hoy que tu natal feliz, 
esperado tantos siglos, 
es la gloria de los cielos
y es el fin de los suspiros.


Luz que al vistoso arrebol 
de tu cielo cristalino, 
temeroso, el Sol te viste 
siendo de tu luz mendigo.

El espíritu de amor 
en las aguas del principio 
navegaba en tus cristales 
en que se miró a sí mismo. 

Hoy, Señora, tu natal, 
tan puro y esclarecido 
dio fin a la triste pena 
del más infausto delito.

                                         *

Sor Juana Inés de la Cruz: Sonetos satíricos-burlescos. (Audio)  Selección: Margo Glantz; voz: Ofelia Medina; musicalización: Javier Platas; cuidado de la edición: Sonia Herrera. Página de autor Margo Glantz. Biblioteca de autor Sor Juana Inés de la Cruz. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Sor Juana Inés de la Cruz: Sonetos de Amor y Discreción. (Audio) Selección: Margo Glantz; voz: Ofelia Medina; musicalización: Javier Platas; cuidado de la edición: Sonia Herrera. Página de autor Margo Glantz. Biblioteca de autor Sor Juana Inés de la Cruz. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Este amoroso tormento (Cantado) SOR JUANA HOY - OFELIA MEDINA. Music: Rafael Elizondo. Produced & Arranged: Cristina Abaroa / Pablo Aguirre.

Teclados y Programacion: Pablo Aguirre. Guitarras: Ramon Stagnaro y Cristina Abaroa.Violines: Hipolito Puente, Antonio Gonzalez y Ramon Rodriguez. Trompeta: Ramon Flores. Saxofones y Flauta: Pedro Eustache. Percusion: Ricardo Tiki Pasillas. Ingenieros de Grabacion:  Rodolfo Vazquez (Sound About Studios) y Federico Ehrlich (Milagro Sound Studios) Ingeniero de Mezcla y Edicion Digital: Rodolfo Vazquez (Sound About Studios) Ingeniero de Mastering: Chris Bellman en Bernie Grundman Mastering





martes, 10 de noviembre de 2015

La casa del dolor ajeno. Fragmento


Torreón 1911

La casa de Lim

Julián Herbert 

La antigua casa de campo del doctor Walter J. Lim es un chalet de tejados color verde y muros de ladrillo rojo intenso. Los ladrillos adquieren una tonalidad profunda porque las juntas fueron delineadas con empaste blanco. El techo es curvo y parece derramarse como una ola esmeralda sobre un jardín en el que habitan, al lado de naranjos y toronjos más jóvenes, dos moreras centenarias. Estos árboles, tal vez emparentados con otros de la misma especie que hay en el bosque Venustiano Carranza, al oriente, donde hace muchos años prosperaron huertas chinas, dan testimonio de un anhelo empresarial: la intención de convertir en productora de seda a una comarca famosa por sus cultivos de algodón. No hubo tiempo de hacerlo. Seis meses después de iniciada la Revolución Mexicana, los maderistas entraron en esta finca y violaron a la mujer encargada de cuidarla. Luego una turba intentó linchar a Lim frente a la plaza del 2 de Abril pese a que el médico portaba en el antebrazo izquierdo un distintivo de la Cruz Roja. Walter J. logró salvarse para narrar, meses después, su versión del pequeño genocidio perpetrado en Torreón entre el 13 y el 15 de mayo de 1911. No todos sus compatriotas corrieron con la misma suerte: alrededor de 300 inmigrantes chinos fueron asesinados, mutilados, desvestidos y saqueados. Sus cadáveres terminaron en una fosa común, cavada bajo las órdenes de un inglés, junto al muro exterior de la Ciudad de los Muertos. Otros acabarían al fondo de las norias del rumbo de El Pajonal.

—El doctor nunca fue cónsul ni encargado de negocios del imperio —aclara Silvia Castro: una mujer delgada, entrecana y aguileña—. Era líder de la comunidad china local, que es muy distinto. Para la época en la que ocurrió la matanza, ya había tomado incluso la nacionalidad mexicana.

Estamos a las puertas del Museo de la Revolución, del que la maestra es directora. Es decir, a las puertas del chalet que fuera propiedad de Lim a principios del siglo XX. Hace décadas que el edificio se halla en plena ciudad, a 10 minutos en taxi del centro histórico de Torreón, en medio de un distrito comercial y habitacional de clase media.

—Ésta no era su casa —añade Silvia—. Él sí era el dueño pero no vivía aquí. La quinta la cuidaba Ten Yen Tea, su cuñado. La hermana de Lim, que es la única mujer china de la que hablan los archivos, estaba acá en compañía de sus hijos cuando llegaron los rebeldes. Cuenta el doctor que apuntaron con rifles a la niña mayor para obligarla a decir que se casaría con ellos. Luego echaron a todos a la calle y saquearon la propiedad. Los Ten se refugiaron en casa de un señor apellidado Hampton.


Entramos en el vestíbulo, un pasillo muy corto y oscuro. Un óvalo de cerámica empotrado a la pared aclara que:

Esta casa fue construida por el doctor J. Wong Lim. Posteriormente fue adquirida por la Compañía Explotadora de Bienes Raíces, S. A. Luego, y según algunos testimonios, funcionó como prostíbulo. Más adelante perteneció a Ignacio Berlanga García, y después a Carlos Valdés Berlanga y a su familia. Finalmente pasó a manos de don Ramón Iriarte Maisterrena, quien la donó durante los festejos por el Centenario de Torreón para que albergara el Museo de la Revolución.

Me divierte la parodia de las genealogías bíblicas que el cartel consagra a la propiedad privada, y es curioso que el texto llame al dueño original J. Wong Lim: todos los documentos que conozco, incluso un anuncio de periódico donde el facultativo promueve su consulta, lo presentan como Walter J. Lim, Sam Lim o JW: adaptaciones anglosajonas de su nombre. Es un detalle sin importancia y un guiño del tiempo que permite atisbar cuán teñido de tradición oral llegó a nosotros el relato de la masacre.

También encuentro irónico que Ramón Iriarte Maisterrena —ex CEO del emporio de lácteos Grupo Lala, figura tutelar del conservadurismo norteño e ícono de la burguesía en Hispanoamérica: un prototipo del capitalista salvaje— aparezca como mecenas del museo. Apuesto a que, si estuviéramos en 1914, ninguno de los héroes que el recinto ensalza consideraría la prosperidad de su benefactor ya no digamos deseable, sino siquiera lícita. Ésta es una de las paradojas que le dan a Torreón su aura sublime: es una ciudad profundamente porfirista que ama la revolución con ardor de quinceañera.

Es lunes. Las salas de exhibición están cerradas al público. Recorro en penumbra la duela recién pulida, me aposto en ventanas que semejan troneras, descifro haciendo bizcos cicloramas que, con párrafos pulcros y fotografías borrosas, intentan resumir una guerra civil que se cobró un millón de muertos (buena parte de ellos víctimas del hambre y las enfermedades) en 10 años. Subo la escalera de pino que conduce a la segunda planta. En un rincón de la sala, desplegada en gran formato, descubro una imagen traviesa: una primera plana de El Imparcial que magnifica los triunfos del ejército huertista en 1914. No es eso lo que llama mi atención sino una nota marginal sobre el arribo de una nueva y muy nutrida misión diplomática china. La integraban los señores Chen Loh, Hu Chen Ping, T. Chen y George H. Hu. Infiero que entre sus encargos albergaban el reclamo a Victoriano Huerta de los tres millones cien mil pesos en oro que el presidente Madero prometió pagar tras la desgracia lagunera. Pero a Madero lo mandó asesinar el propio Huerta una noche de febrero de 1913, sin permiso de la civilización occidental y con la venia del Muy Respetable Señor Embajador de los Estados Unidos. Dudo que estuviera entre los planes del gobierno golpista amortizar las deudas de un demócrata muerto.

—¿Quiere un té? —pregunta Silvia.
Acepto.

Nos dirigimos a su oficina, un edificio independiente ubicado en el traspatio del precioso chalet. Conversamos. La maestra me hace un resumen del libro Tulitas of Torreon, me muestra imágenes de la época revolucionaria captadas por H. H. Miller, me permite digitalizar un ejemplar de The Torreon Enterprise que conserva enmarcado sobre su escritorio, me concierta una cita con Ilhuicamina Rico, historiador local que ha escrito sobre el movimiento magonista en La Laguna…

—Mire —dice girando hacia mí la pantalla de su computadora—: así es como se veían las turbas de menesterosos captadas por la lente de Miller la víspera del asalto.

La fotografía muestra un conjunto de carretas en formación dizque militar. No hay armas a la vista. Los vehículos parecen cuerpos de gigantes acuclillados y desnudos. La madera está podrida. Los personajes —hombres y mujeres— lucen paupérrimos.

—Fueron ellos quienes atacaron a los chinos —asevera Silvia—. Eran una troupe de pícaros que seguía a todas partes a los ejércitos revolucionarios con la abierta intención de consagrarse al saqueo. La mayoría ni era de aquí. Como apunta Juan Puig al final de Entre el río Perla y el Nazas, la del 15 de mayo fue una tragedia espontánea: la reacción de una masa popular que desahogó su frustración sobre un grupo particular de inmigrantes por considerarlos demasiado diferentes. Poco o nada tiene que ver lo que pasó con un acto de xenofobia de los laguneros.

Palabras más o menos, y a excepción de unos cuantos, ésa es la opinión de los historiadores mexicanos. Es una tesis plausible y, a la vez, una muy conveniente para la idiosincrasia lagunera, la burguesía y los anales de la patria. Es una tesis con la que no estoy de acuerdo y cuyos argumentos me propongo rebatir.

***

La matanza de chinos de Torreón es un episodio revelador y soterrado de la Revolución Mexicana, y no podría decirse que el nulo (re)conocimiento histórico que hay de ella se deba a falta de testimonios. Entre 1911 y 1934 circularon distintas versiones orales e impresas. Son varios —no diré que muchos— los académicos que se ocuparon del tema entre 1979 y 2012. Si leyera en términos borgesianos, diría que es algo que quiere ser contado: cada pocos años se defiende de morir. Este libro es apenas una versión de ese gesto.

Al mismo tiempo, distintas pulsiones sociales —incluyendo, curiosamente, a los actuales chinos de Torreón— han hecho todo lo que estaba en su poder por desleír el relato. De ahí que sea difícil acceder a sus claves más sutiles.

Me enteré cuando era niño. Me lo refirió Julián Jiménez Macías, un chico proveniente de La Laguna que cierta noche de Halloween, mientras pedíamos “dulce o truco” por las calles oscuras del Barrio del Alacrán, me descalabró a causa de un precoz lío de faldas. A manera de castigo y por orden de sus padres, mi tocayo ocurrió dos o tres tardes junto a mi lecho de convaleciente. Procuraba resarcirme del madrazo con la crónica de partidos de futbol llanero, páginas de la nota roja y antiguas historias de cadáveres. En la versión que él contaba, el homicida de los chinos habría sido un fantasma legendario: Pancho Villa.

Al paso de los años descubrí otras encarnaciones del suceso y no pocas veces imaginé que le dedicaría una noche de prosa. Tuve el pretexto en 2012, cuando se reeditó Entre el río Perla y el Nazas. Mi intención era hacer una reseña; tres cuartillas máximo. Pronto descubrí que tenía demasiada información y, sobre todo, demasiadas opiniones encontradas. Me tentó la idea de emprender algo más largo a partir de Entre el río Perla… y de otras fuentes. “Será —pensé— un ensayo de entre 15 y 20 páginas.”


En el verano de 2014 había indagado suficiente como para plantearme la aventura de una novela histórica, pero en cuanto empecé a inventar noté que traicionaba los materiales: la ficción ya la había escrito el Espíritu Nacional. Lo que no había, o existía a medias, era la crónica. Decidí hacer un relato ambiguo, un corte estilístico transversal donde los eventos del pasado y sus muescas en el presente (y en mí) se engarzaran en un solo territorio. Una lectura gonzo aplicada a la historia. No una épica o una tragedia ni mucho menos una tesis universitaria: un reportaje ubicuo.

A contramano de lo anterior, y conforme avanzaban mi indagación y su escritura, noté que la pulsión de la novela total me arrastraba a la fiebre. Para narrar la masacre, me pareció indispensable trazar anécdotas en torno al modo en que llegué a las fuentes y registrar la peculiaridad de que el pequeño genocidio siga siendo tabú para muchos torreonenses (especialmente para los empresarios). Para explicar por qué Torreón tuvo una colonia china tan próspera a principios del siglo XX, fue necesario contar la meteórica fundación de la urbe, describir la condición mitad aristocrática y mitad picaresca de La Laguna, consignar el multiculturalismo y el racismo presentes en la tradición de la comarca. Para explicar por qué la sinofobia nacional tuvo su expresión apoteósica en un ferropuerto, tuve que volver a los orígenes y las consecuencias de la diáspora china y a su peculiar carácter trasnacional, cuya unidad cultural y financiera se extendió durante 100 años por Canadá, Estados Unidos, México y el Caribe.

También debí recurrir a la prensa satírica del porfiriato y a los primeros documentos sobre la migración ilegal entre México y Estados Unidos, cuyos protagonistas no fueron mojados mexicanos sino cantoneses.

No me atreví a desaprovechar la historia del primer filósofo confuciano que pisó las calles de un pueblo del oeste: Kang Youwei, el hombre que encabezó la primera revolución moderna en China y cuyo pensamiento tendría a la postre alguna influencia en el de Mao Zedong y cuya tendencia a la especulación inmobiliaria fundaría en el desierto mexicano la compañía bancaria y de tranvías WahYick: un edificio que fue el corazón urbano de la mayor matanza de orientales en América.

A ratos dudé si a cualquier no lagunero podría interesarle la historia de La Laguna. La conservo porque me importa el teatro de la masacre. También porque se trata de una comarca míticamente rancia e inusitadamente joven; tanto, pongo por caso, como el humilde pueblo de pescadores japoneses que habría de convertirse a finales del siglo XIX en el soberbio puerto de Yokohama. Ambos territorios geográficos y simbólicos son la puesta en escena de la utopía industrial y comercial del liberalismo, una religión laica que extrajo de la nada mundos que, en ciertos husos horarios, envejecieron prematuramente: casi a la misma velocidad que un ser humano.

(Miento; decidí conservar mi retrato de Torreón por una mera pulsión textual: el deseo de narrar una ciudad a la que amo en clave de parodia —en el sentido etimológico que da Gerard Genette a esa palabra: una oda paralela— de la novela latinoamericana del siglo XX.)

Me gusta la idea de que estas páginas podrían contener un relato pero también un ensayo: una reflexión oblicua sobre la violencia en México. Conversé con historiadores para dar a mi criterio un punto de partida sólido, entrevisté a cuantos taxistas se cruzaron a mi paso, procuré ver el reflejo de la historia patria en la vida cotidiana del Torreón contemporáneo, recopilé anécdotas sabrosas cada vez que pude y sin importar que ello me condujese a barrabases digresiones… El resultado es un libro medieval: una denuncia barnizada de crónica militar y financiera salpicada de pequeñas semblanzas biográficas que imita con igual (mala) fortuna a Stefan Zweig que a Marcel Schwob. Una antología de textos ajenos glosados y/o plagiados en un lenguaje que rehúye la escritura creativa. Una antinovela histórica: sobrescritura: un caldo de prefijos como huesos para dar sabor a un graso campo literario donde la carne se acabó.

¿Por qué alguien querría leer un libro así?

Esa pregunta me hice en octubre de 2014. Había redactado 180 cuartillas de La casa del dolor ajeno cuando me invitaron a hablar de él en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Dudé: si mi retablo regional corría el riesgo de no ser interesante para los mexicanos, ¿qué caso tendría comentarlo con gente que vive al otro lado del mundo?

Viajé a Santiago de Chile en compañía de Cristina Rivera Garza. El tema de nuestro encuentro fue uno que todavía hoy mantiene en vilo mi lenguaje: la desaparición forzada (establecida en febrero de 2015 como homicidio múltiple por el sistema judicial mexicano) de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero. En aquel momento —mientras bajábamos desvelados del avión y nos encontrábamos con los profesores Macarena y Fernando, nuestros anfitriones, y Cristina era detenida durante una hora por la policía de aduanas debido a que olvidó declarar una inocente bolsita de almendras— no sabíamos que el caso iba a convertirse en lo que fue: el fenómeno social y mediático que más profundamente afectaría la presidencia de Enrique Peña Nieto. Si bien los 43 no son la desaparición forzada más grave acontecida en México, sí representan una fractura medular entre la sociedad y el Estado. Suave Patria parapléjica y diamantina.


Mientras yo hablaba en el Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM, de cualquier cosa, en decenas de ciudades mexicanas nació un fenómeno de indignación que recorrería brevemente el planeta. Esa noche, leyendo las noticias en un hotel de Providencia, decidí que la masacre torreonense podía no importarle a nadie pero funcionaba para mí como el escudo de Perseo: un círculo pulimentado por el tiempo en cuya superficie logro atisbar, sin verme petrificado, la cabeza de Medusa en la que se ha convertido mi país.
Esta no es la historia que buscabas: es la que tengo.

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La primera referencia data del 16 de mayo de 1911. Uno de los sobrevivientes se las ingenió para huir de Torreón, donde la línea telegráfica había sido cortada, y se trasladó a Monterrey o a Saltillo, desde donde envió a Ciudad Porfirio Díaz un cable dirigido al empresario Wong Chan Kin narrando el pequeño genocidio. Kin participó la información a Shung Ai Süne, encargado ad interim de negocios chinos en la ciudad de México. Éste alertó por último al agonizante régimen porfirista. Tanto la prensa nacional como la extranjera ignoraron la noticia hasta el 22 de mayo. Semejante dislate no tendría explicación si no fuera por el balde de pólvora que se derramaba entonces a través de los pulmones de la Suave Patria.

A mediados de mayo de 1911 se fraguó, al margen de las efemérides, la defenestración de Porfirio Díaz, ese extraordinario estadista que tuvo la ilusión de que la modernidad podía introducirse en un país mediante estructuras metálicas, inmigración de gente rubia y cargas de caballería sobre la población civil. El 8 de mayo, un ejército de cerca de 2  500 hombres comandado por Francisco Villa, Pascual Orozco y Francisco I. Madero sitió Ciudad Juárez. El 13, las tropas irregulares de Durango y Coahuila asediaron Torreón comandadas por Emilio Madero y Jesús Agustín Castro, un ex tranviario de 23 años. Ese mismo día, Emiliano Zapata cercó Cuautla y puso en jaque a las tropas de Victoriano Huerta, quien no se atrevió a combatir a campo abierto por miedo a dejar desamparada la capital de la nación. Ciudad Juárez cayó el día 10. Torreón, el 15. Cuautla —luego de una semana de tremendos combates—, el 19. Aunque se trató más de una coincidencia que de un evento coordinado por los insurrectos, perder simultáneamente esas tres batallas les costó el régimen a los Científicos. Para el 22 ya no existía el antiguo gabinete y la renuncia de Díaz —efectiva a partir del 25— era cosa de trámite.

Fue ese 22 de mayo cuando se publicó la noticia: en Torreón, las tropas maderistas habían asesinado —se computaba entonces— a 224 chinos y siete japoneses. Una buena cantidad de notas aparecieron en la prensa estadounidense, mexicana y china. La cobertura extranjera —muchas veces errónea: The New York Times afirmó que el doctor Lim había muerto linchado— condenó los sucesos. La prensa mexicana se debatía entre una indignación histérica y evidentemente porfirista; una defensa a rajatabla del maderismo, cuya estrategia fue desde el principio culpabilizar a las víctimas acusándolas de combatir en forma armada al ejército revolucionario; y un humorismo cínico y racista que minimizaba la barbarie arguyendo que, después de todo, tampoco es que la vida de un chino valiera tanto como la de un mexicano.

Se ordenaron cuatro investigaciones.

La primera, promovida a finales de mayo por Emilio Madero, recayó en la persona de Macrino J. Martínez, un revolucionario torreonense que, sin mayor trámite o currículum, recibió el nombramiento de juez militar. La segunda, la dirigió Jesús Flores Magón y fue superficial y lenta; apenas si vale la pena hablar de ella. La tercera, comisionada en agosto por la Secretaría de Relaciones Exteriores, fue dirigida por Antonio Ramos Pedrueza, prestigiado jurista y diputado de la XXV Legislatura (la última de don Porfirio). La cuarta investigación, también de agosto, se llevó a cabo a nombre del gobierno chino con asesoría de funcionarios estadounidenses. Los comisionados fueron Chang Yin Tang (quien no viajó a Torreón sino que envió a su secretario particular, Owyang King) y los abogados Lewens Redman y Arthur W. Bassett. También contó con el apoyo extraoficial del juez Lebbeus R.Wilfley, quien fungió como redactor de diversos documentos e informante personal del presidente Taft.

La investigación —si es que puede llamársele así— de Macrino J. Martínez fue un amasijo de retórica infumable, testimonios falseados y trapacerías diversas cuyo objetivo era exculpar a los soldados maderistas y convencer a la opinión pública de que la colonia china había atacado primero al Ejército Libertador de la República.

El documento de Flores Magón sería el más tardío de todos: se concluyó en diciembre de 1911. Da cuenta de 10 órdenes de aprehensión contra presuntos culpables.

El informe de Ramos Pedrueza no sólo es una importantísima fuente histórica; es también la principal fuente ideológica de las tesis que los historiadores mexicanos sostienen sobre la masacre, una lectura jurídicamente concienzuda que se atiene a los hechos, ignora el contexto y recurre al expediente antropológico y al enigma de la violencia perpetrada por una masa anónima para dar una explicación que no involucre a la gente decente.

La indagación del gobierno oriental desembocó en un pequeño informe que fue publicado en forma de folleto bilingüe inglés/español y se imprimió en un papel mucho más bonito que el de cualquiera de los reportes nacionales. No es un documento tan prolijo como el de Ramos Pedrueza (cita 15 testimonios, ninguno de los cuales es incluido en forma directa), pero reúne las anécdotas más vívidas y crueles de la matanza.

Con los años, el gobierno federal integró un expediente de cuatro legajos (miles de páginas) que incluye artículos periodísticos nacionales y extranjeros; los oficios y telegramas entre distintas instancias oficiales, algunos escritos en un hilarante lenguaje cifrado; la correspondencia diplomática entre México y la legación china; los informes emanados de las comisiones investigadoras; y los engorrosísimos trámites para establecer el monto y las fechas de pago de una indemnización a favor del imperio celeste. Los papeles se acumularon hasta 1934, año en que la sinofobia personal de Plutarco Elías Calles, Jefe Máximo, adquirió dimensiones de política exterior y sepultó cualquier esperanza de arreglo. Los documentos se encuentran en el Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en la ciudad de México.


Fragmento del libro “La casa del dolor ajeno” de Julián Herbert. Literatura Random House, 2015.










PROGRAMA LA VARONITA -27 oct 2015 -




AMIGOS para el programa LA VARONITA:

++ESPECIAL de Terror y suspenso donde NUESTRA amiga Raquel G. Viguri nos tiene ESTRENOS y ESPANTÍFICAS recomendaciones para ver estos estos días.

**EN TANTO Xochitl Salinas Martinez NOS tiene letras de TERROR! con los mejores libros de suspenso y Horror. Drácula y Frankestein. 

CERRAREMOS con el PANTEON 5 DE FEBRERO, que en estos días se engalana para recibir a los fieles difuntos; Ángel Rafael Martinez Alarcón nos hablará sobre ello.

DE ESTO y MÁS los esperamos 5 pm -con chat en VIVO a través de:

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