A
la espera de la oscuridad
Alejandra
Pizarnik
Ese
instante que no se olvida
tan
vacío devuelto por las sombras
tan
vacío rechazado por los relojes
ese
pobre instante adoptado por mi ternura
desnudo,
desnudo de sangre de alas
sin
ojos para recordar angustias de antaño
sin
labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas
en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo
niña ciega de alma
ponle
tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo
pequeña estatua de terror.
Señálale
el mundo convulsionado a tus pies
a
tus pies donde mueren las golondrinas
tiritantes
de pavor frente al futuro
dile
que los suspiros del mar
humedecen
las únicas palabras
por
las que vale vivir.
Pero
ese instante sudoroso de nada
acurrucado
en la cueva del destino
sin
manos para decir nunca
sin
manos para regalar mariposas
a
los niños muertos
Los
adioses
Rosario
Castellanos
Quisimos
aprender la despedida
y
rompimos la alianza
que
juntaba al amigo con la amiga.
Y
alzamos la distancia
entre
las amistades divididas.
Para
aprender a irnos, caminamos.
Fuimos
dejando atrás las colinas, los valles,
los
verdaderos prados.
Miramos
su hermosura
pero
no nos quedamos.
Retrato
de García Lorca
Alfonsina
Storni
Buscando
raíces de alas
la
frente
se
le desplaza
a
derecha
e
izquierda.
Y
sobre el remolino
de
la cara
se
le fija,
telón
del más allá,
comba
y ancha.
Una
alimaña
le
grita en la nariz
que
intenta aplastársele
enfurecida...
Irrumpe
un griego
por
sus ojos distantes.
Un
griego
que
sofocan de enredaderas
las
colinas andaluzas
de
sus pómulos
y
el valle trémulo
de
su boca.
Salta
su garganta
hacia
afuera
pidiendo
la
navaja lunada
de
aguas filosas.
Cortádsela.
De
norte a sud.
De
este a oeste.
Dejad
volar la cabeza,
la
cabeza sola,
herida
de ondas marinas
negras...
Y
de caracolas de sátiro
que
le caen
como
campánulas
en
la cara
de
máscara antigua.
Apagadle
la
voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en
las catacumbas nasales.
Libradlo
de ella,
y
de sus brazos dulces,
y
de su cuerpo terroso.
Forzadle
sólo,
antes
de lanzarlo
al
espacio,
el
arco de las cejas
hasta
hacerlos puentes
del
Atlántico,
del
Pacífico...
Por
donde los ojos,
navíos
extraviados,
circulen
sin
puertos
ni
orillas...
Sin
palabras
Gioconda
Belli
Yo
inventé un árbol grande,
más
grande que un hombre,
más
grande que una última esperanza.
Me
quedé con él años y años
bajo
su sombra
esperando
que me hablara.
Le
cantaba canciones,
lo
abrazaba,
le
rascaba su rugosa corteza
entretejida
de helechos,
mi
risa reventaba flores en sus ramas,
y
a cada gesto mío le crecían hojas,
le
brotaban frutas...
Era
mío como nunca ha sido nada mío,
pero
no me hablaba.
Yo
vivía pendiente de sus ruidos,
oyendo
su suave aleteo de mariposa,
su
crujido de animal de la selva
y
soñaba su voz como un hermoso canto,
pero
no me hablaba.
Noches
enteras lloré a sus pies,
apretujada
entre sus raíces,
sintiendo
sus brazos sobre mí,
viéndolo
erguido sobre mí,
sabiendo
que me estaba pensando,
pero
no me hablaba...
Aprendí
a cantar como pájaro,
a
encenderme como luciérnaga,
a
relinchar como caballo.
A
veces me enfurecía y hacía que se le cayeran
todas
las hojas,
lo
dejaba desnudo y avergonzado
ante
los guanacastes,
esperando
que-tal vez entendería por mal,
como
algunos hombres,
pero
nada.
Aprendí
tantas cosas para poder hablarle,
me
desnudé de tantas otras necesidades
que
olvidé hasta cómo me llamaba,
olvidé
de dónde venía,
olvidé
a qué especie de animal pertenecía
y
quedé muda y siempreverde
-esperanzada-
entre
sus ramas...