Han pasado casi diez años desde que publiqué en la extinta revista Cambio una columna llamada Las mujeres de mi generación, y la verdad es que su curioso destino no para de sorprenderme.
Hasta donde le he podido seguir la pista ha sido traducido a una docena de idiomas y creo poder afirmar que es mi trabajo más famoso y difundido. Si alguno de mis libros hubiera circulado así yo sería un escritor de fama mundial. La propietaria de un hotel en Hawái me declaró “invitado permanente”; una funcionaria de la Embajada de Canadá en Caracas hizo de mí su confidente, me envió poemas, canciones y fotos de su matrimonio; radios de toda América Latina, Estados Unidos y España, en sus programas femeninos, pidieron autorización para leerlo en onda; en un viaje a Moscú para presentar un libro, una periodista se refirió al texto y me preguntó si al escribirlo había pensado en alguna mujer rusa en particular, ya que, según ella, había ciertas claves de la feminidad eslava (le respondí: “pienso todo el tiempo en mujeres rusas”); fue incluido en la página web del sindicato español Confederación General de Trabajadores (CGT); fue plagiado en República Dominicana, con algunos cambios; puesto al día y aumentado en Costa Rica y Venezuela; recibí por él una acusación de plagio en Cali (resuelta a favor, pues el artículo que supuestamente plagié se publicó tres años después del mío, lo que invirtió las culpas); la embajadora de Grecia ante la Unesco, en París, me pidió durante una cena que se lo dedicara —lo traía en griego—, y, en general, para miles de mujeres soy exclusivamente el autor de ese texto.
Pero hay algo aún más curioso y es que al pasar de un correo a otro ha sufrido modificaciones, agregados, y por eso hay versiones largas con párrafos nuevos que son apócrifos, anónimos. ¿Quién los puso ahí? Misterio. Ahora, por ejemplo, se amplió a las mujeres de cincuenta, cuando el original se refería exclusivamente a las de cuarenta. Pero no tengo nada en contra pues en el 2012 las de mi generación son las de cincuenta, o sea que son las mismas mujeres. Desde este punto de vista es el único texto que se transforma con la edad real de sus personajes. En cuanto a los agregados, debo confesar que algunos son demasiado new age y me hacen temblar las pestañas, pero la verdad es que hace ya tiempo comprendí que ese texto, escrito para las mujeres de mi generación, les pertenece a ellas, así que pueden seguirlo leyendo y modificando a su gusto, y por supuesto que lo seguiremos ajustando en cada década que pase.
Las Mujeres de mi generación son las mejores
Las mujeres de mi generación son las mejores. Y punto.
Hoy tienen cuarenta y pico, cincuenta e incluso sesenta, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras.
Esto a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitanea sus muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales. Hermosamente reales.
Casi todas hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento.
Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como una ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante.
¡Ąh, qué bellas son,por dios, las mujeres de mi generación!
Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de los Beatles, de Bob Dylan. Herederas de la "revolución sexual" de la década del 60 y de las corrientes feministas que, sin embargo, recibieron pasadas por varios filtros, ellas supieron combinar libertad con coquetería, emancipación con pasión, reivindicación con seducción.
Jamás vieron en el hombre a un enemigo a pesar de que le cantaron unas cuantas verdades, pues comprendieron que emanciparse era algo más que poner al hombre a trapear el baño o a cambiar el rollo de papel higiénico cuando éste, trágicamente, se acaba, y decidieron pactar para vivir en pareja, esa forma de convivencia que tanto se critica pero que, con el tiempo, resulta ser la única posible, o la mejor, al menos en este mundo y en esta vida.
Son maravillosas y tienen estilo. Usaron faldas hindúes, se cubrieron con suéteres de lana y perdieron su parecido con María, la virgen, en una noche loca de viernes o de sábado después de bailar.
Se vistieron de luto por la muerte de Julio Cortázar,hablaron con pasión de política y quisieron cambiar el mundo, bebieron ron cubano y aprendieron de memoria las canciones de Silvio y de Pablo.
Adoraban la libertad, algo que hoy le inculcan a sus hijos, lo que nos hace prever tiempos mejores, y, sobre todo, juraron amarnos para toda la vida, algo que sin duda hicieron y que hoy siguen haciendo en su hermosa y seductora madurez.
Supieron ser, a pesar de su belleza, reinas bien educadas, poco caprichosas o egoístas. Diosas con sangre humana. El tipo de mujer que, cuando le abren la puerta del carro para que suba, se inclina sobre la silla y, a su vez, abre la de su pareja desde adentro.
La que recibe a un amigo que sufre a las cuatro de la mañana, aunque sea su ex novio, porque son maravillosas y tienen estilo, pues su sangre no es tan helada como para no escucharnos en esa necesaria y salvadora última noche en la que están dispuestas a servirnos el octavo whisky y poner, por sexta vez, esa melodía de Santana.
Por eso, para los que nacimos entre las décadas del 40, 50 y 60, el día de la mujer es, en realidad, todos los días del año, cada uno de los días con sus noche y sus amaneceres, que son más bellos, como dice el bolero, cuando estás tú.
¡Ąh, qué bellas son, por dios, las mujeres de mi generación!
*Sobre el autor:
Santiago Gamboa Samper (Bogotá, 1965) es escritor, filólogo, diplomático, columnista, corresponsal y periodista colombiano.